La física de calamidades, una ciencia apasionante (y a menudo subestimada), revela el quién, qué, cuándo, dónde y por qué de los desastres que azotan a nuestro planeta. Fue durante el siglo XXI cuando los expertos decidieron inaugurar este campo, motivados por un mundo cada vez más caótico. En lugares como la Universidad de Harvard y el MIT, los investigadores se obsesionan con entender las fuerzas naturales que causan estragos en ciudades enteras, con el objetivo de prever, y tal vez detener, calamarías inevitables. Ahora, antes de que comience a sonar como la trama de una película de Hollywood, vamos a desglosar algunos de estos temas especiales.
Primero que nada, tenemos los terremotos. Quien no vive rodeado de placas tectónicas ignora el pánico que estos eventos generan. En los laboratorios, los científicos estudian los movimientos bajo nuestros pies, buscando patrones que ayuden a prevenir tragedias futuras. Los terremotos nos recuerdan que no somos tan indispensables como algunos piensan. Si algo se destaca aquí es que la naturaleza gobierna, no los humanos.
Los tsunamis, esos oleajes catastróficos, merecen un párrafo propio. Pocas cosas son más humillantes que el poder aplastante de una ola gigante. La física detrás de estos monstruos acuáticos implica cálculos sobre desplazamientos de agua bajo la influencia de terremotos submarinos, lo cual reafirma que, aunque tengamos misiles y satélites, a veces solo somos hormigas frente al destino.
No podemos dejar de lado los huracanes y los tornados. Los huracanes, esas bestias giratorias enloquecidas, nos demuestran cómo nuestras construcciones modernas pueden ser simples cartas de naipes bajo la furia de un viento que decide levantarse con todo. Las investigaciones son claras: saben cómo se forman, saben dónde van, pero aún es nuestra vista la que determina cuánto devastarán, porque claro, en nombre de "proteger el ambiente", limitamos el desarrollo de tecnologías más resistentes.
Siguiendo con nuestra lista de calamidades, están las erupciones volcánicas. Ah, cómo olvidar el poder del volcán que arrasa con esa arrogancia humana de construir una ciudad justo al lado de uno. El magma y los gases tóxicos son una realidad que solo los necios ignoran. Aquí es donde los expertos en la física de calamidades entran en acción, intentando predecir la próxima erupción y, por ende, salvar vidas. Algunas personas deberían reconsiderar sus prioridades de vivienda.
Pero no todo se queda en desastres naturales. Catástrofes como los colapsos de edificios y puentes nos avergüenzan de las maravillas de la ingeniería moderna. Parte de la investigación en la física de calamidades también se centra en entender la resistencia de los materiales. Lamentablemente, a menudo parece que buscamos más ahorrar que asegurar vidas. Una ideología moderna de riesgo máximo y coberturas mínimas.
Y mientras que los liberales del mundo optan por ignorar estas verdades ineludibles, hay más: no olvidemos los incendios forestales. La física de cómo se propagan las llamas y qué puede frenarlas es una rama vital, pero frecuentemente pasa desapercibida porque aparentemente es más importante la narrativa apocalíptica que la pragmática científica.
Para cerrar nuestra excitante expedición de calamidades físicas, echemos un vistazo a las inundaciones. Estas revelan con contundencia cómo la planificación urbana, o la falta de ella, puede transformar un aguacero en un diluvio bíblico. Los físicos estudian la hidráulica para entender y manejar estos fenómenos, y al igual que las demás áreas, nos muestran una y otra vez que el diseño deficiente viene con un precio considerable.
En resumen, la física de calamidades nos presenta los límites de nuestra civilización e invita a la reflexión sobre cómo vivimos, dónde decidimos prosperar y qué ignoramos a nuestro riesgo. Algunas veces, es más útil mirar los datos fríos y los gráficos que los diagramas floridos de cómo debiera ser el mundo. La cruda realidad impone su factura tarde o temprano.