Seamos sinceros, la historia está llena de inventores prácticamente olvidados que, sin embargo, impulsaron el progreso de la humanidad. Uno de esos personajes es David Alter. Nacido el 3 de diciembre de 1807 en el condado de Westmoreland, Pensilvania, este médico e inventor hizo contribuciones impresionantes durante el siglo XIX. Aunque puede que no sea un nombre que venga rápidamente a la mente, Alter tuvo una vida llena de innovaciones que dejaron huella en la tecnología, a pesar de vivir en una época previa a la industrialización moderna.
Alter es conocido por varias invenciones, pero quizás su mayor logro fue el precursor del telégrafo eléctrico. A principios de 1836, unos años antes de que Samuel Morse presentara su telégrafo, Alter ya había creado un dispositivo similar. Este dispositivo permitía la comunicación mediante impulsos eléctricos a través de cables, un concepto revolucionario en aquel momento. Alter nunca patentó su invención, lo cual explica en parte por qué su nombre no resuena tanto en la historia de la tecnología.
No obstante, lo que realmente impulsó a Alter no fue el reconocimiento, sino una pasión genuina por mejorar la comunicación y la tecnología. Imaginen vivir en una época donde la comunicación a larga distancia era prácticamente inexistente y tener una idea que lo cambiara todo. Alter trabajó también en el campo de la medicina y la química, pero su corazón pareció quedarse con estas invenciones más relacionadas al cambio social y tecnológico.
También fue responsable de innovaciones como el altímetro eléctrico y un precursor de la televisión. Incluso en el campo de la medicina, presentó mejorías en los procesos que beneficiaron enormemente a los tratamientos de la época. Esto nos lleva a una cuestión muy contemporánea: el poder de la innovación independiente y cómo estas mentes curiosas a menudo se enfrentan a un sistema que no siempre las valora adecuadamente. En un mundo que idolatra a las grandes personalidades con marcas establecidas detrás, es refrescante recordar a aquellos cuyos nombres no son tan reconocidos, pero cuyos trabajos sí lo son.
Claro, podrías argumentar que la falta de patentes y decisiones como esas fueron responsabilidad de Alter mismo, y es cierto hasta cierto punto. Pero también refleja una sociedad que, incluso en esos tiempos, priorizaba ciertas narrativas sobre otras. En la misma línea, todavía hoy vemos cómo las innovaciones no siempre reciben la atención que merecen hasta que alguien más con más recursos o poder los patenta y comercializa.
David Alter falleció el 18 de septiembre de 1881, en Freeport, Pensilvania. Aunque su nombre no esté inscrito en letras de oro en la historia, su legado vive en los avances que sin duda influyó. Desde la perspectiva de la justicia social y la equidad, vale la pena reconocer estas contribuciones y preguntarnos sobre el papel de tantas personas anónimas que aceleran el devenir de la humanidad. Sus logros abrieron caminos que otros recorrieron y que hoy podemos disfrutar, y eso es algo que siempre debemos tener presente.
A veces es más importante lo que podemos cambiar que el reconocimiento por hacerlo. Para muchos de la Generación Z, que crecen en un mundo de cambios rápidamente tecnológicos y sociales, la historia de Alter podría servir de inspiración. Hay un sinfín de Alteres en el mundo, y algunos de ellos están entre nosotros inventando cosas, desarrollando aplicaciones geniales o creando arte que redefine cómo vemos el mundo. La pasión por cambiar el mundo hoy podría no traer reconocimiento inmediato, pero sí el potencial de hacer que el mundo sea un mejor lugar mañana.
Finalmente, imaginemos un mundo donde todos los pequeños Alteres tengan la oportunidad de convertirse en Morses, un mundo guiado no solo por el capital, sino por el deseo genuino de mejorar la vida humana. Esa es una historia digna de contar y, más importante aún, aún por escribir.