La concha que podría hacerte cambiar de isla

La concha que podría hacerte cambiar de isla

Si la idea de un caracol podría hacerte cambiar tu vida, es porque no has oído hablar de Volvarina veintimilliae, el último descubrimiento en la biodiversidad de la Isla Floreana del archipiélago de Galápagos. Este molusco está en el corazón de un potencial debate sobre su aprovechamiento económico.

Vince Vanguard

Vince Vanguard

Si pensabas que los caracoles no eran lo suficientemente emocionantes, es porque no has oído hablar de la Volvarina veintimilliae. Este molusco, que está causando revuelo entre los aficionados a la malacología, es el último descubrimiento en la biodiversidad de la Isla Floreana, una pequeña joya del archipiélago de Galápagos. Fue descubierto hace apenas unos años, pero ya está dejando huella, aunque no necesariamente donde uno podría esperarlo.

Volvarina veintimilliae es un pequeño caracol marino que pertenece a la familia Marginellidae. De aspecto delicado y con una concha elegante que podría confundirse tranquilamente con una pieza de arte en miniatura, constituye un ejemplo asombroso de la majestuosa obra del diseño natural. Pero, claro, este no es un relato de Sir David Attenborough sobre la maravilla de la vida; es sobre lo que realmente importa en nuestro mundo moderno: ¡las oportunidades que ignoran algunos para explotar lo que la madre naturaleza amablemente nos proporciona!

Descubierto por Andrés Veintimilla y su equipo de biólogos en 2020, en la costa rocosa de Floreana, la Volvarina veintimilliae no solo ha ampliado el inventario de especies de la región, sino que ha puesto de manifiesto la importancia del estudio de ecosistemas que a menudo se pasan por alto por ser socialmente menos rentables. El descubrimiento acontece en medio de controversias sobre la gestión de recursos naturales, donde su explotación para fines que no sean meramente ornamentales está en la mesa de discusión, aunque algunos lo nieguen.

¿Por qué debería importarnos este pequeño caracol? Bueno, para empezar, no tiene la culpa de ser el centro de un debate sobre el valor económico de las especies. Mientras la izquierda ambientalista aboga por su protección casi sagrada, algunos reconocemos que existen enfoques más pragmáticos: impulsar un micromercado para la venta y exportación controlada de estos caracoles podría ser una excelente fuente de ingreso para la economía local. Después de todo, si está allí y puede ser recolectado sosteniblemente, ¿por qué no aprovechar sus beneficios?

Lo cierto es que hay antecedentes de casos similares en otros puntos del globo, donde las especies marinas no solo sirven de alimento, sino que sus conchas han sido utilizadas en productos decorativos de lujo, joyería y hasta en el sector turístico. Controlar rigurosamente el comercio podría estimular la economía sin destruir el hábitat, pero eso significaría menos subsidios, menos discursos políticamente correctos y más mano a la obra, algo que espanta a más de uno.

Desde el punto de vista morfológico y genético, Volvarina veintimilliae es fascinante. Su único inquilino, la concha, posee una coloración y patrones que varían de un individuo a otro, un fenómeno que podría considerarse equivalente a los diamantes en bruto. Los estudios sobre este caracol podrían incluso descubrir propiedades no identificadas que podrían aplicarse en biotecnología o medicina. No necesitamos ser genios para ver el potencial que yace más allá de su estética superficial.

Los detractores también podrían sugerir que impactar la biodiversidad de una zona tan única es riesgoso. Pero dejemos a los fatalistas vivir en su mundo de fantasías apocalípticas. Con una gestión eficiente, lo que aquí se sugiere es un aprovechamiento responsable de un recurso hasta ahora subestimado. No se trata de devastar su hábitat hasta agotarlo, sino de entenderlo lo suficiente como para integrarlo en la oferta económica de un modo sostenible.

Así, Volvarina veintimilliae, más que un mero molusco marino, nos pone frente a frente con un dilema de equilibrios. En él, la innovación, la economía, la ciencia y una pizca de tradicionalismo pueden coexistir. Es hora de mirar más allá de lo obvio, de la preservación por la mera preservación, y considerar que, en la naturaleza, los caminos menos transitados, a menudo, guardan las mejores sorpresas.