Apártate, Hollywood: la historia de Turquía durante el Imperio Otomano es un guion mucho más emocionante. Los otomanos, que dominaron desde finales del siglo XIII hasta principios del XX, sentaron las bases para el imperio multinacional más duradero en la historia del mundo. Durante más de 600 años, abarcaron tres continentes desde su centro en Constantinopla (actual Estambul). Aquí se encontraban sultanes que daban órdenes a sus visires sin pestañear y donde las bandas de jenízaros custodiaban sus secretos más oscuros.
Para cualquier apasionado de la historia, el Imperio Otomano ofrece un banquete de intriga política, poder absoluto y una cultura rica. Fundado por Osman I, se expandió rápidamente con una serie de conquistas que cambiarían el rostro de Oriente Medio, Europa del Este y el Norte de África. Sin embargo, detrás de la imagen romántica que algunos quieren dibujar, hay verdades incómodas que al más ingenuo podrían incomodar. Y no hablamos solo de las cortinas del harén o los famosísimos derviches.
Primero, la expansión militar. Los otomanos no pidieron permiso ni enviaron invitaciones. Si crees que las intervenciones actuales son demasiado, imagina miles de kilómetros cuadrados y centenares de ciudades cayendo ante las hordas turcas. Desde la icónica caída de Constantinopla en 1453 hasta la batalla de Mohács en 1526, donde los otomanos aplastaron al ejército de Luis II de Hungría, verás un patrón de dominación brutal que no pedía disculpas. Nada de liberación o democratización aquí: era someter o ser sometido.
La administración otomana era un arte sombrío, sus sultanes eran aprendices del maquiavélico en su máxima expresión. La corrupción era parte del menú. En esa época, los gobernantes turcos consolidaron su poder consolidando una burocracia que hacía parecer al IRS un modelo de eficiencia. Cuando los visires no estaban conspirando entre sí, estaban explotando a los pueblos que gobernaban, todos al servicio de un sultán todopoderoso. Esta jerarquía convirtió a los otomanos en una maquinaria que efectivamente mantenía el control por la fuerza bruta e innovación militar.
La economía otomana, por otro lado, funcionaba con el sudor y lágrimas de sus súbditos. Tal sistema de impuestos y gobernabilidad en el que los musulmanes tenían ciertos privilegios, mientras que los cristianos y judíos pagaban impuestos especiales por su fe, revela una estructura que funcionaba algo alejada de los ideales igualitarios. No hablamos de una utopía socialista, ni tampoco de libertades religiosas como algunos podrían desear pintar. El sistema demostra que a menudo, el bienestar social se sacrificada para fortalecer su vasto imperio.
Su cultura era el colmo de la sofisticación, pero no toda evolución cultural es agradable. La arquitectura impresionante como la Mezquita Azul o el Palacio de Topkapi reflejan un poder que se sostenía sobre la coacción. Los avances en medicina y matemáticas eran impresionantes, pero las condiciones de vida de muchos de sus ciudadanos distaban de ser ideales. No cualquiera podía formar parte de esta élite culta y si uno pertenecía a una minoría, las probabilidades eran aún más bajas.
La diplomacia otomana merece su mención aparte. Olvídate de las reuniones bilaterales, para los sultanes otomanos la diplomacia era una espada afilada y un campo de batalla nuetral. No necesitaban intermediarios, sino demostraciones de fuerza para entablar conversaciones con potencias extranjeras. A los otomanos no les temblaba el pulso al ejercer el arte de declarar la guerra como un modo de cerrar negociaciones complicadas. Un enfoque que hoy haría temblar de miedo a quienes buscan resolver conflictos con flores y comité.
En el frente interno, hubo reformas y contrarreformas, pero el poder casi siempre permanecía centralizado y pocas veces se mostraba dispuesto a soltar las riendas de la autoridad. Los otomanos transformaron leyes a su conveniencia y si algo suena familiar, no es coincidencia. La censura y el control eran mecanismos para mantener todo bajo juicio del imperio.
En un mundo donde numerosos expertos liberales claman por entender a los otomanos como una potencia generadora de una cultura inclusiva y enriquecimiento mutuo, no podemos ignorar lo evidente: la otomanización era una maquinaria de poder imparable que, por más brillante que brillara en momentos, no dejó de ser un árbitro despiadado.
Aquí tienes la historia de Turquía de los otomanos. No es un cuento de hadas, ni era pacifista, pero sí es una historia de historia cruda que sirve de recordatorio de que en política, al igual que en la vida, no todos jugarán limpiamente.