Tormenta imparable arrasa con Nueva Jersey: lecciones que se niegan a aprender
Nueva Jersey fue azotada por una tormenta que dejó al descubierto, una vez más, los fallos en la gestión de emergencia y la falta de preparación que se repite año tras año. Parece que algunos gobiernos locales nunca aprenden. Vamos a analizar los puntos más críticos que salieron a la luz durante este evento catastrófico y quizás saquemos lecciones que otros prefieren ignorar.
1. Infraestructuras inadecuadas: ¿Cuántas veces vamos a escuchar sobre los obsoletos sistemas de alcantarillado que colapsan ante las fuertes lluvias? Nueva Jersey no es una excepción a este descuido. Es un problema constante en muchas regiones donde se priorizan gastos superfluos sobre infraestructura vital.
2. Preparación deficiente: Las lluvias torrenciales de esta tormenta dieron un golpe más que esperado a una preparación deficiente. No basta con tener un plan de papel; se necesita acción. Sin embargo, sigamos gastando en discursos de concientización y asociaciones que dicen mucho pero hacen poco.
3. La dependencia de tecnología ineficaz: La tecnología es una herramienta poderosa, pero en Nueva Jersey hemos visto la dependencia excesiva en sistemas que simplemente fallaron. Las aplicaciones de alerta temprana y los sistemas de riego no respondieron como deberían. ¿Por qué? Quizás porque los recursos se destinan a tecnologías sin pruebas robustas.
4. La negación del cambio verdadero: Llámalo cambio climático, cambio estacional o la naturaleza desafiante; lo cierto es que las tormentas no sorprenderán si se reconceptualiza la agenda. Sin embargo, las prioridades están claras: seguir con lo mismo y esperar resultados diferentes. ¿No es eso la definición de locura?
5. Centralización del poder: El estado central siempre tiene la última palabra, y eso quedó en evidencia cuando las autoridades locales no pudieron actuar rápidamente. Las demoras burocráticas y el centralismo impiden respuestas efectivas.
6. Gestión del riesgo limitada: Formar comités y hacer talleres ya no basta. Debemos redireccionar los esfuerzos a una gestión de riesgo activa y no reactiva. El debate solo se centra en la política de quién manda más y menos en la implementación de soluciones tangibles.
7. Prioridades políticas equivocadas: Mientras que algunos prefieren centrarse en agendas que benefician intereses a corto plazo, como la "mercantilización verde", los recursos deberían enfocarse en medidas que puedan prevenir desastres, no en usar el término cambio climático como una muleta política.
8. Reacción pública dividida: La ciudadanía está polarizada. Mientras unos exigen responsabilidad, otros se contentan con culpar al clima. Esta división no ayuda a fomentar la búsqueda de soluciones reales. Es el tipo de actitud que se reproduce en sociedades que solo ven lo inmediato.
9. Desigualdad en la recepción de ayudas: Tras el desastre, la ayuda llega pero nunca de manera equitativa. Unos reciben todo, y otros, apenas migajas. Este tipo de gestión fomenta el descontento social que sigue hirviendo bajo la superficie.
10. Insuficiente educación ciudadana: Muchos creen que el estado les salvará siempre. Es hora de recordar la importancia de la responsabilidad personal y comunitaria en tiempos de crisis. Pero, ¿cómo hacerlo cuando las campañas más recientes no se centran en educar para la autonomía?
Una tormenta es inevitable, pero la reacción ante ella no debería ser dejar todo a su suerte. Es momento de replantearse prioridades y dejar de lado aquellas agendas que, si bien son populares entre ciertos grupos, no aseguran seguridad ni bienestar auténtico a la población.