Cuando pensamos en desastres naturales, probablemente pensamos en el poder destructivo de la madre naturaleza. Pero en 1977, Tifón Thelma no solo destruyó físicamente partes de Honduras, sino que también expuso una serie de fallas culpables en la planificación y la infraestructura humana. Thelma, un tifón tímido en intensidad, devastó partes del país, provocando un desastre que Honduras nunca olvidaría. Entre el 29 de septiembre y el 1 de octubre de 1977, Thelma se convirtió en un sinónimo de tragedia en Centroamérica.
¿Cuál fue el problema real aquí? No fue Thelma por sí sola, sino la falta de preparación del gobierno hondureño y las infraestructuras deficientes que hicieron que las lluvias y los vientos tuvieran un impacto desproporcionadamente alto. Mientras el mundo miraba, Thelma lanzaba enormes volúmenes de lluvia, generando inundaciones catastróficas y deslizamientos de tierra que cobraron la vida de más de mil personas y desplazaron a miles más.
Para cualquiera que preste atención a los desastres, no solo la naturaleza estuvo en juego. La urbanización desenfrenada, la deforestación y la mala gestión del suelo jugaron papeles prominentes en amplificar los efectos destructivos del tifón. Es casi como si la facilidad con la que los liberales culpan al cambio climático fuera ignorada al señalar las manos humanas en la exacerbación de un desastre aparentemente 'natural'.
En lugar de tomar medidas para abordar esta combinación letal de factores humanos y ambientales, el gobierno y varias organizaciones fallaron en revisar y fortalecer las infraestructuras. En las décadas que siguieron, otras tormentas demostrarían que se hicieron pocos avances reales. La respuesta a desastres de Thelma podría retratarse como algo sacado de un manual de lo que no hay que hacer.
La burocracia y los intereses políticos empañaron los esfuerzos de ayuda, ya que los recursos no llegaron con la prontitud necesaria. En vez de vedar la herida abierta, la constante política de entorpecimiento solo añadió sal a las heridas de miles de hondureños que necesitaban desesperadamente ayuda inmediata. La gestión deficiente antes, durante y después de Thelma provocó que la recuperación fuera lenta y plagada de errores.
Thelma debería haber sido una lección de evolución política y de infraestructura; sin embargo, el bastión cambió poco. Un país debería aprender de su historia y fortalecer la voluntad política de su gobierno o resignarse a repetir sus errores. Pero cuando la política interfiere con el bien común, el resultado se desmorona como lo hicieron las casas y caminos durante Thelma.
Sin duda, Thelma quiso mostrarle al mundo que incluso una tormenta no tan fuerte puede causar devastación si hay una falta de planificación y responsabilidad por parte de aquellos en el poder. La culpa yace parcialmente en las fuerzas políticas que predominaron en la época, incapaces de formular estrategias significativas que prioricen la seguridad de sus ciudadanos por encima del ruido político.
Con el cambio climático como tapadera en la actualidad para todos los males, es fácil perder de vista las acciones y políticas humanas que exacerban el impacto de las tormentas. La falta de precaución, la corrupción y la priorización de intereses personales sobre el bienestar colectivo contribuyeron a convertir a Thelma en un desastre formidable. Cuando el gobierno no toma medidas serias para depositar recursos en infraestructuras resilientes, simples fenómenos meteorológicos se transforman en pesadillas nacionales.
Las semillas de un desastre están a menudo plantadas por manos humanas, y Tifón Thelma es un recordatorio sombrío de que el buen liderazgo y la política efectiva deben preceder la ocurrencia de la catástrofe. Una reflexión sobre Thelma nos lleva a cuestionarnos si de verdad hemos aprendido algo sobre cómo manejar y mitigar los riesgos inherentes a la naturaleza, que, por sí sola, ya es un reto considerable. Las tormentas continuarán llegando, pero ¿estaremos finalmente preparados para ellas?
La historia de Thelma en Honduras es más que un relato de furia natural. Es un espejo que muestra las deficiencias humanas que contribuyeron a la magnitud del desastre. Cuando se aparta la política del camino, la acción efectiva puede cambiar el rumbo del destino ante el próximo gran desafío natural.