Thomas Struth, un fotógrafo alemán nacido en 1954 en Geldern, no es el típico artista que intenta complacer a las masas con sus imágenes. Struth estudió en la Academia de Arte de Düsseldorf y ha hecho un nombre retratando paisajes urbanos y escenas cotidianas con detalles sorprendentemente reveladores. Sus obras se muestran en museos de Nueva York a Londres porque, bueno, a las élites culturales les encanta pretender que entienden lo que Struth intenta capturar. ¿Quién no querría ese tipo de atención?
Primero, hay que reconocer que Struth no sigue las tendencias contemporáneas del arte conceptual de protesta que son tan apreciadas entre ciertas esferas. Él no es un activista; sus fotografías no son un llamado a las barricadas. Mientras que el mundo del arte se inclina hacia las manifestaciones políticas explícitas, Struth nos invita a observar lo simple: la familia, las calles, los edificios. Y por supuesto, esto irrita a quienes quieren una declaración política más estridente. Struth ofrece civilidad y una observación serena en un mundo que prospera en el caos.
¿Por qué es especial este enfoque? Porque captura la verdad fundacional del ser humano sin añadidos artificiales. Su serie de fotografías en ciudades como Nueva York y Tokio revela algo que muchos tratan de ignorar: la monotonía tiene su belleza. Para Struth, cada edificio tiene una historia, cada rostro anónimo en la calle tiene una narrativa esperando a ser descubierta. En su serie "Familias", explora la vida doméstica con un realismo y una profundidad que desafían la superficialidad de las relaciones mostradas en las redes sociales.
Pero aquí es donde incomoda realmente a los liberales: Struth no tiene miedo de mostrar la humanidad en todas sus facetas, sin recubrimientos políticos exagerados. Por ejemplo, su serie de fotografías en museos, donde capta a visitantes mirando obras maestras, sutilmente sugiere que la contemplación tranquila tiene más mérito que las protestas ruidosas. Esto involucra al espectador en una reflexión personal sobre la cultura, sin obligarle a tomar un bando político.
El éxito de las fotografías de Struth radica en su indiscutible habilidad para revelar una dimensión diferente de la realidad, interpretada por gente 'común'. Su elección para no manipular digitalmente sus imágenes decreta una confianza en la capacidad del espectador para encontrar significado por sí mismo. Este enfoque no busca la facilidad, es exacto sin ser docto; una propuesta que incita al autoanálisis en un mundo lleno de ruido visual.
Y hablemos de la técnica. En un tiempo donde cualquiera con un smartphone se cree fotógrafo, Struth mantiene la tradición del gran formato. Utiliza cámaras de placas de gran tamaño para capturar paisajes detallados, sugiriendo que la calidad y el esfuerzo todavía importan. Es una declaración silenciosa contra la cultura de la gratificación instantánea: lo bueno toma tiempo.
Struth también influye a través de su presentación de espacios públicos y privados no como escenarios aislados, sino como experiencias interrelacionadas. La serie de hospitales y plantas industriales es un ejemplo perfecto de esto. Struth encuentra belleza dentro de la funcionalidad, una perspectiva que ningún esnob artístico apreciaría si solo busca la provocación política sin propósito real.
Es esta dualidad la que hace que muchos contemporáneos miren con escepticismo su obra. La metáfora implica que la humanidad no necesita embellecimientos ni narrativas impuestas por agendas externas; solo necesita el ojo juicioso que su propia conciencia puede aportar a las cosas simples.
Thomas Struth crea fotografías para hacernos observar, pero no para dictar qué debemos pensar o sentir. Desaira la noción de categorías políticamente correctas y reclama con su obra que el arte puede y debe abordar la complejidad de lo cotidiano sin la presión de ser abiertamente polémico. Al hacerlo, Struth eleva no solo su arte, sino también nuestra apreciación del mundo que nos rodea.