Ciclones en el Océano Índico Sur-Oeste: Un Baile de Destrucción que nos Ignoran

Ciclones en el Océano Índico Sur-Oeste: Un Baile de Destrucción que nos Ignoran

La temporada de ciclones del Océano Índico Sur-Oeste de 1996-97 fue un recordatorio brutal de la fuerza de la naturaleza. Es hora de enfocarnos en la preparación y no en las narrativas divisionistas.

Vince Vanguard

Vince Vanguard

La temporada de ciclones tropicales del Océano Índico Sur-Oeste de 1996-97 no fue un juego de niños. Este fenómeno, que tuvo lugar entre el 8 de noviembre de 1996 y el 1 de mayo de 1997, barrió con furia la región al sur del Océano Índico. La devastación se sintió en países como Madagascar, Mauricio y las Islas Mascareñas, quienes enfrentaron una auténtica prueba de supervivencia. Mientras algunos prefieren soplar el violín de la madre naturaleza amistosa e ignorar la fuerza brutal de los fenómenos naturales, esta temporada fue un recordatorio cruento de que no estamos aquí para romantizar a la tierra, sino para entender su poder.

Primero, veamos las cifras: la temporada tuvo un total de once depresiones tropicales y nueve ciclones. Uno de los ciclones más importantes y destructivos fue "Cynthia", que se desarrolló en enero de 1997. Este ciclón ejecutó un vals mortal que causó daños significativos, especialmente en Madagascar. Como siempre, los medios se precipitan en sus reportes sobre cómo "aumenta la frecuencia e intensidad de los fenómenos naturales debido al cambio climático", pero por un minuto retomemos la lógica más elemental: estos fenómenos han ocurrido desde siempre, mucho antes de que los seres humanos usáramos combustibles fósiles.

Algunos prefieren volar las banderas del ambientalismo extremo sin centrarse en soluciones prácticas, como mejorar las infraestructuras, gobernance sólida y resiliencia comunitaria ante fenómenos inevitables. No se trata de llorar detrás de banderas que solo dividen. En aquellos meses tempestuosos de 1996 y 1997, nada podía parar el torbellino de viento y agua que afectó a miles de personas, y nuestras narrativas suaves actuales no hubieran cambiado eso.

La realidad es que las regiones de puesta en riesgo de ciclones, como la del Océano Índico Sur-Oeste, requieren una atención basada en hechos sólidos, no narrativas fabulosas. Esta área del mundo, con Madagascar, Mauricio y Seychelles, entre otros, vulnerables frecuentemente a ciclones destructivos, no necesita el aderezo de cuentos moralizados climáticos. Requiere de estrategias robustas que prioricen seguridad y preparación en lugar de debates frustrantes que no llegan a puerto seguro.

Detrás de cada ciclón hubo historias de pérdida y valor humano. Las economías tambalean, las vidas se pierden y, sin embargo, se sigue promoviendo un mito de seguridad donde no la hay. Las aseguradoras tiemblan, los políticos se lavan las manos y el pueblo reconstruye. Pero, lamentablemente, el ruido ensordecedor del desfile político sobre el cambio climático a menudo ahoga estas historias y lecciones.

La premisa de que el cambio climático es el solo responsable del aumento ciclónico es una simplificación que ignora la complejidad geofísica de nuestro planeta. Desde tiempos inmemoriales, ciclos de enfriamiento y calentamiento han drásticamente alterado el clima. Indudablemente, el ser humano tiene un impacto crítico sobre su entorno. Sin embargo, simplificar cada evento a este único factor es intelectualmente miope.

El ciclón "Sidonie" es otro ejemplo trágico con vientos que alcanzaron los 155 km/h. Fue una tormenta de corta duración, pero con efectos dramáticos en la región. Como era de esperarse, la cobertura mediática fue escasa, fugaz y muchas veces alarmista: el coctel perfecto para mantener a las masas obsesionadas con el miedo y la culpa.

Lo que realmente se necesita en el contexto de cada temporada de ciclones no es la distribución de culpabilidad sin discriminación ni estudios sesgados que invitan al miedo colectivo. Se requiere más integración tecnológica, mejores sistemas de aviso temprano, incentivos de cooperación internacional en infraestructura y un enfoque despolitizado que realmente busque mitigar el impacto de estos sucesos naturales.

No podemos cambiar las fuerzas naturales que han sido parte de nuestro planeta durante millones de años. Pero podemos preparar sociedades que sean verdaderamente resilientes, incrustadas en una comprensión realista y pragmática de nuestros desafíos más apremiantes. Las voces que realmente importan son aquellas que buscan el balance entre realidad y preparación, que entienden el pasado antes de gritar pánico al futuro. Quizás, con esta visión clara, podamos aprender de temporadas pasadas como la de 1996-97 y preparar el terreno para un futuro que no sea de pánico, sino de preparación.