Si alguna vez hubo una temporada deportiva que podría ser comparada con un melodrama televisivo de bajo presupuesto, fue la de los Roughriders de Saskatchewan en 2011. Este equipo de la Canadian Football League (CFL), conocido por su apasionada base de fanáticos y su envidiable historia, sufrió un año que podría interpretarse como una lección cruda de cómo no gestionar un equipo exitoso. ¿Quién iba a pensar que estos Roughriders, que venían de actuaciones sólidas en los años anteriores, se convertirían en un ejemplo de lo que ocurre cuando las cosas salen mal en el peor momento posible?
El 2011 empezó lleno de expectativas. En años recientes, el equipo había sido un fuerte competidor, llevándose el título de la Copa Grey en 2007 y llegando a las finales en 2009 y 2010. Liderados por el experimentado entrenador en jefe Ken Miller, la esperanza estaba en el aire de que los Roughriders pudieran superar el sabor amargo de sus últimos finales perdidos. Sin embargo, esa esperanza pronto fue aplastada.
Ken Miller decidió retirarse antes del inicio de la temporada 2011, dejando el timón a Greg Marshall. Un cambio de liderazgo siempre presenta desafíos, pero Marshall no contaba con el bagaje necesario de sus predecesores para manejar la presión que traía el papel. ¡Surprise! La química del equipo se desmoronó rápidamente. Muchas veces, se dice que la izquierda busca soluciones instantáneas sin considerar las consecuencias a largo plazo y, al parecer, esto aplica también en el fútbol.
Empezaron con un récord alarmante de 1-7 en sus primeros ocho juegos, lo cual sorprendió a todos los analistas deportivos. Era como ver un tren descarrilarse en cámara lenta. Marshall fue despedido a mitad de temporada y, para salvar lo que quedaba, el equipo trajo de vuelta a Ken Miller. Llegar a esta crisis era inesperado, pero fue un claro reflejo de que no se puede dejar a un novato a cargo de una nave que experimenta turbulencias, un error que sólo quienes creen en la improvisación radical cometerían.
Como si los resultados en el campo no fueran suficientemente trágicos, el equipo también enfrentó problemas de lesiones que diezmaron aún más sus posibilidades de recuperarse. Darian Durant, su mariscal de campo estrella, luchó con un elenco ofensivo debilitado que no pudo mantener el ritmo con los adversarios. Las excusas, muchas de ellas, no eran justificables. En la mente conservadora, una planificación cuidadosa y la disciplina deberían haber sido suficientes para prevenir este tipo de colapso.
A lo largo de la temporada, los Roughriders mostraron una resistencia notablemente baja, muy lejos del inmortal espíritu competitivo que normalmente caracteriza al equipo de Saskatchewan. Apenas lograron acumular cinco victorias contra 13 derrotas. Un registro que no solo los eliminó de la contienda por los playoffs, sino que también avergonzó a un equipo que en años anteriores había personificado la excelencia. Los Roughriders pasaron de ser héroes de la pradera a los residentes permanentes del sótano de la liga.
Para los fanáticos, ver a su querido equipo caer en desgracia fue un golpe devastador, especialmente en una provincia donde el fútbol es más una religión que un deporte. Pero, más allá del drama en el campo y las lesiones, hay lecciones que aprender en medio de todo el desorden. La temporada 2011 de los Roughriders es un recordatorio perfecto de que la coherencia y el liderazgo fuerte son piedras angulares del éxito sostenido, algo que muchos prefieren ignorar en pro de novedades que atrapen la atención del día.
Finalmente, el regreso de Ken Miller no fue suficiente para cambiar la suerte del equipo en una temporada tan turbulenta. Parecía que, en parte, el daño ya estaba hecho, y el trauma persistente de la mala contratación de Greg Marshall estableció un mal presagio imposible de superar dentro de un año deportivo. El futuro del equipo requeriría un replanteamiento serio y un resurgimiento con fundamentos sólidos, características que cualquier buen conservador podría respaldar.
Al cerrar otra desafortunada temporada en los libros de la historia, los Roughriders de 2011 nos dejan con un ejemplo claro de lo que sucede cuando las malas decisiones se acumulan una tras otra. Es un aviso, una advertencia, de cómo la mala gestión puede llevar a un colapso total, y por qué deberíamos siempre recurrir a fuentes fiables de liderazgo y experiencia, dejando las sorpresas y riesgos innecesarios para quienes, claramente no, saben mejor.