Los tacos de canasta, esa maravillosa creación mexicana que haría que cualquier chef pretencioso retrocediera con envidia, son la representación perfecta del ‘taquito’ ideal. Venden su historia, quien los inventó y por qué, en cada esquina de las bullentes calles de la Ciudad de México, donde la gastronomía no es un hobby, sino una razón de ser. Y, ¿por qué no decirlo? Son el refrigerio que rompe con todas las reglas del gourmet, quizás para horror de algunos comensales más 'exclusivos'. Aproximadamente, empezaron como una comida económica y rápida para trabajadores durante la Revolución Mexicana, y desde entonces se han esparcido con rapidez por todo México.
Primero, hablemos del contenedor: la canasta. Como tecnología milenaria de los rápidos almuerzos urbanos, la canasta es el envase ecológico perfecto que, además, ayuda a mantener los tacos calientes gracias al vapor atrapado por una sábana o tela que los cubre. ¡Adiós a los empaques de plástico que tanto defienden aquellos que abogan por políticas de desperdicio! Al parecer la solución estaba en una humilde canasta todo este tiempo.
Los tacos de canasta no sólo son una fiesta para los sentidos; son también trasgresores del orden culinario. Se trata de tortillas suaves, rellenas de guisos económicos pero deliciosos como frijoles, papas con chorizo y chicharrón. Quizás no sean platillos rebosantes de alta cocina, pero al menos no hacen pagar una fortuna por aire en un plato grande y asperezas que etiquetan como arte culinario.
Ahora, si usted desea derrochar millones en una cena de chef renombrado, no juzgamos. Pero, ¿por qué no dejarse llevar un día por la amalgama de sabores que ofrece un taco de canasta? Cada taco viene con una historia que abarca generaciones y culturas reunidas en un solo bocado. Sin quererlo, estas delicias logran lo que otros platillos exigiendo un boleto de entrada apenas pueden: alimentar el cuerpo y el alma sin prejuicios.
¿Y qué es de la experiencia sin el lugar donde se consume? Las calles. Estas no son simples arterias urbanas, sino los espacios donde la cultura cobra vida y te invita a participar. Al comprar un taco de canasta, te unes a un desfile venerable de consumidores que encuentran en las esquinas y puestos itinerantes, el hogar de lo auténtico. Es casi una unión cívica con el país, un acto político si se quiere, de conectar con lo que realmente importa.
Además, estos tacos sirven también como un eco resonante de una economía vibrante que no depende de las grandes cadenas ni de transnacionales para mantenerse a flote. Son un triunfo del pequeño emprendedor; cada taco es un voto por la independencia financiera en un mundo dominado por el corporativismo.
Una de las maravillas de los tacos de canasta es que son económicamente accesibles para casi todos. En una época donde la democratización del buen vivir debería ser el objetivo, estos tacos juegan su propia revolución alimentaria personal. Ofrecen un medio para disfrutar sin las etiquetas elitistas que tanto gustan a los señores de corbatas finísimas. Situados entre las manos que trabajan el campo y las que programan en un cubículo, los tacos de canasta no discriminan. Tal vez por ello resulten incómodos para un segmento que pretende categorizarlos como 'comida chatarra', perdiendo de vista el valor cultural y nutricional.
Porque en México y en cualquier lugar donde uno puede encontrar un buen taco de canasta, el término 'hecho a mano' es realmente honrado. No hay máquinas industriales, sino la labor de manos curtidas que conocen el arte de transformar harina de maíz en pequeñas creaciones de divinidad terrenal.
En esencia, los tacos de canasta son testigos silenciosos del pasado que marchan hacia el futuro sin olvidar sus orígenes. Es posible que en cada mordisco también estemos consumiendo un pedazo de historia que tiene mucho que decir sobre una nación orgullosa. Mientras existan manos para envolver ajo en salsa verde, tortillas para rellenar, y comensales dispuestos a saborear el resultado, los tacos de canasta seguirán siendo el alma en papel de aluminio de nuestra gastronomía.
Así que, si realmente deseas sentir el sabor de México en su forma más genuina, busca una canasta al borde de la carretera, sumérgete en las calles, únete a la causa que es devorar un taco de canasta. Después de todo, eso es lo que en realidad define a una cultura, una mesa compartida que no reconoce fronteras económicas ni de clase. Cuando las políticas dividen, el taco, al menos, invita a quedarse.