Las series que reflejan las corrientes culturales del momento son siempre un tema apasionante. Es el caso de "Sumisión", una producción que ha llegado para hacernos cuestionar lo que algunos defienden como 'avance' en la sociedad moderna. ¿Qué posibilidades hay de que una trama tan audaz, llena de contenido casi gráfico y situaciones que desafían los límites 'aceptables', no haga que uno se pregunte hacia dónde se dirige realmente el entretenimiento?
Si hay algo que 'Sumisión' deja claro desde el principio es que deja poco a la imaginación. Un vistazo a una era donde se glorifica una aparente libertad sexual que se confunde con el libertinaje. Aquí es donde todo comienza a volverse incómodo para una parte de la audiencia que prefiere el valor de lo clásico, de lo decente y de lo que no rebasa los límites de lo que podríamos llamar principios familiares.
La serie plantea un mundo de relaciones que intentan desafiar las normas tradicionales bajo la lupa de una época actual, pretendiendo desafiar una supuesta represión del pasado. Pero, ¿y si esos "retos" solo reflejan una manipulación mediática que educa a nuestros jóvenes en un contenido vacío donde todo está permitido y nada es correcto para siempre?
La trama de 'Sumisión' es una clara provocación a la moral y toca las complejidades de lo erótico con un ojo que claramente busca ir más allá del simple entretenimiento. En lugar de ser una mera narración, parece un manifiesto que intenta derribar las constricciones de lo que antes considerábamos decente. Su audacia es exagerada, su impresión indeleble hedonista choca con el sentido común de quien todavía cree en algo tan "pasado de moda" como el sentido de responsabilidad en las producciones audiovisuales.
Explorada a fondo, la estructura de la serie y sus personajes no deja de tener su encanto en el sentido de una buena producción, pero su éxito es también la evidencia molesta de un interés cultural sesgado y desbocado. Aquí hay personas que parecen estar atrapadas no solo en una narrativa ficticia, sino en una realidad ficticia que probablemente le haría un nudo en la garganta a cualquiera con un gramo de decencia de antaño.
El contenido gráfico que 'Sumisión' presenta como algo rompedor de barreras puede ser una estrategia para enganchar al público de hoy, pero también es un peligroso indicativo de una mente colectiva que ha sido llevada al extremo. Aquí, la línea entre el arte y la simple explotación de lo que una audiencia compra como 'avance' se difumina de una manera impactante.
¿En qué momento nos hicimos adictos a una retórica que elogia lo disfrazado de avance y acepta sin cuestionar cualquier acto bajo el pretexto de libertad? A pesar del maquillaje de producción exquisita y de un fascinante diseño artístico, 'Sumisión' logra lo impensable: muestra que nuestros consumos culturales son un reflejo de lo que hemos decidido ser como sociedad, con todas las implicaciones incómodas.
Resulta un fenómeno social que algunos podrían denominar 'progresismo desenfrenado', aunque cualquiera que aprecie los valores tradicionales probablemente verá más una muestra de pérdida de rumbo. Para quienes creemos en un entretenimiento que no insulte la inteligencia ni fuerce ideologías bajo la cubierta de narraciones aurales, la serie deja una sensación de que hay algo muy errado bajo el brillante barniz de modernidad que intenta imponer.
El auge de 'Sumisión' nos obliga a preguntarnos: en una cultura donde el límite de lo aceptable es cada vez más difuso, ¿quién tendrá los principios para cuestionarlo? Y más importante, ¿hacia dónde nos llevará una narrativa donde todo está permitido y las consecuencias de glorificarlo se diluyen en el entusiasmo artificial del "todo vale" contemporáneo? Todos deberíamos estar alertas cuando la transmisión de antivalores se convierte en una moda que captura tanto la atención como nuestros sentidos.
Sigue siendo vital mantener un ojo crítico sobre lo que nos tragamos como cultura popular: no debemos ceder a la nueva norma que dice que cualquier cosa va, ni aceptar que este tipo de entretenimiento sea nuestra nueva realidad sin cuestionarlo profundamente. Vamos, el verdadero crecimiento radica en saber en qué creer y qué rechazar de acuerdo a principios que no sean sacrificados en el altar de la controversia vacía.