El término "somnífero" siempre ha estado rodeado de un halo de misterio, un artefacto que evoca ideas de descanso y sueño reparador. Y aunque ciertamente hay un lugar para ello en el ámbito médico, su símbolo se ha pervertido en nuestro panorama cultural actual, especialmente desde la óptica progresista que pretende desdibujar todas las líneas que entendemos como orden social.
Privilegian la debilidad: En esta nueva realidad dictada por los apóstoles de la igualdad absoluta, cualquier oportunidad es buena para adormecer la conciencia colectiva. Nos han hecho creer que el adormecimiento es una opción válida para enfrentar la realidad. ¿Cuándo el evitar el esfuerzo se convirtió en una virtud?
La industria del sueño: Ah, pero no se equivoquen, el mercado ha captado la tendencia de adormilarnos con la falsa promesa de bienestar en un frasco. ¿Cuántas fórmulas mágicas para dormir mejor han inundado las estanterías? ¿Cómo es que sobrevivimos antes sin ellas? La industria del sueño no solo responde a una necesidad psicológica inducida, sino que perpetúa el estado somnoliento del espíritu emprendedor del ciudadano común.
Periódicos progres abogan por ello: Mientras otros trabajan arduamente para verse titulares que construyan proyectos de pilares sociales fuertes y firmes, los bienintencionados "somníferos" viene acompañados de bellas palabras que romantizan la debilidad y el conformismo. No hay peor error que permitir que tales narrativas digan cómo deberíamos descansar.
Enemigos del esfuerzo: Este romanticismo impregnado en productos y discursos solo favorece a aquellos que prefieren la comodidad de estar dormidos. Hace tiempo que desconocen lo que significa el trabajo honesto y el mérito bien ganado. Crear una cultura que premia el mínimo esfuerzo es como dar un somnífero a nuestra sociedad.
Una herramienta política ideal: No se puede negar que esto tiene también su vertiente política. Un pueblo adormecido es fácil de controlar. Con la excusa de protegernos de nuestros propios "demonios interiores", nos venden la opción de "desconectar" como si el enfrentamiento con la realidad fuera una enfermedad.
Atentar contra la conexión real: Dicen que nos quieren ayudar a conectarnos con nosotros mismos pero, en realidad, ¿qué conexión más pura puede existir que el sentir la vida en su plenitud, con sus altos y bajos, con su esfuerzo y recompensas? Al audaz, al que se lanza de cabeza a vivir, nunca le hará falta la complacencia de un somnífero para agradecer cada día.
El peligro de lo fácil: En una sociedad que todo lo quiere fácil, el somnífero se convierte en una peligrosa metáfora. La vía rápida a la felicidad momentánea está plagada de caminos truncados que no llevan a la verdadera satisfacción ni al verdadero conocimiento personal. ¡Levántense, abandonen la suave cuna de la comodidad!
Evadir la responsabilidad: Al tomar el "camino cómodo", nos eximimos de la responsabilidad. No nos permiten asumir el control de nuestras vidas, encadenándonos a una pasividad que se presenta a sí misma como un descanso bienvenido.
La falacia de la seguridad: Los eslóganes que acompañan a estos productos suelen prometer una seguridad ficticia al usuario. ¿Pero acaso vivir plenamente sin el constante miedo o apatía no es el verdadero objetivo?
Reivindiquemos el mundo real: Necesitamos retomar el control, redescubrir el valor del sacrificio, el valor de estar perfectamente "despiertos" en un mundo que nos suplica por líderes que no se rindan a la falsa comodidad del adormecimiento.
Por lo tanto, no se dejen engañar. La realidad no es un enemigo del cual hay que huir. Hay que enfrentarse a ella de cara, despiertos y con determinación.