La historia a menudo es testigo de eventos que desafían el status quo y establecen un orden contra la confusión. Uno de esos momentos fue el Sínodo de Dort, una reunión crucial que tuvo lugar entre 1618 y 1619 en Dordrecht, Países Bajos. Fue un concilio internacional de la Iglesia Reformada convocado para resolver una polémica sobre la teología calvinista. Durante este tiempo, el calvinismo, que había ganado muchos seguidores en Europa, enfrentaba desacuerdos internos. La causa del conflicto fue principalmente la oposición al arminianismo, una doctrina que se había infiltrado en las iglesias, sembrando el caos teológico.
El Sínodo de Dort fue una emocionante manifestación de unidad de las iglesias reformadas en respuesta a los estragos causados por las ideas contrarias. Unos 100 delegados, entre teólogos y clérigos de diversos países, se reunieron para afirmar las doctrinas de la predestinación y la gracia divina—sin dejar lugar a medias tintas. Esta asamblea no era un simple paseo, sino una declaración sólida contra las concesiones flojas.
Habiendo situado el contexto, no tardamos en darnos cuenta de que el principal enfoque del Sínodo fueron los Cánones de Dort. Algunos dirán que el resultado fue duro, pero los Cánones no dejaron dudas sobre la autoridad de la doctrina calvinista. En medio de la confusión creada por el arminianismo, que sugería que el libre albedrío humano tenía un rol significativo en la salvación, el Sínodo ratificó cinco vigorosos puntos de doctrina que pintaron la decadencia del liberalismo teológico contra la claridad reformada.
Defender la predestinación incondicional fue por supuesto necesario. ¿Quién sino el Sínodo de Dort pudo aclarar que la salvación es un regalo de Dios, otorgada por su divino favor desde la eternidad, aislada de cualquier mérito humano? Aquí no hay lugar para las débiles doctrinas de la elección condicional. Esa misma decisión reverberó, eliminando la incertidumbre.
El segundo punto importante trató sobre la expiación limitada. Es decir, Cristo murió específicamente por los elegidos. Una doctrina de tal precisión que causó resquemores entre quienes querían un evangelio diluido y universal para todos. Sólo el Sínodo podía establecer que la sangre de Cristo es el rescate exclusivo de sus escogidos, no de aquellos que sólo profesaban.
Ensanchando la barrera contra las creencias debilitantes, la depravación total fue afirmada como el tercer punto. Aquí, no se dejó espacio para una lectura anodina de la naturaleza humana. El Sínodo reconoció la corrupción radical de la naturaleza humana después de la caída. En un mundo donde la humanidad quiere elevarse por sus propios medios, esta doctrina estableció la necesidad urgente de la gracia redentora de Dios.
Haciendo frente al cuarto desafío, la gracia irresistible fue confirmada. El Sínodo de Dort lanzó un dardo a la libre elección humana, dejando claro que, cuando Dios decide traer a alguien a la salvación, ningún hombre puede resistirse a su voluntad. La gracia divina obra su milagro más allá de cualquier voluntad humana, anulando las nociones de resistencia.
Por último, abordaron la perseverancia de los santos, asegurando que aquellos a quienes Dios ha elegido, ningún poder podrá arrancarlos de su mano. Hogar espiritual seguro garantizado por el poder divino. No apto para aquellos que fluctúan en su fe al primer signo de problemas.
Además de las decisiones doctrinales, el Sínodo tuvo implicaciones políticas significativas. La intervención de la República Holandesa y el apoyo de otros países demostraron cómo estas ideas teológicas trascendieron los límites eclesiásticos y reverberaron en los corredores del poder temporal.
Hoy podemos afirmar que el Sínodo de Dort fue, y sigue siendo, un ejemplo de cómo la firmeza teológica se traduce en estabilidad y claridad en tiempos de confusión. Su impacto histórico en la Cristiandad reformada sigue presente, mostrando que ciertas posturas no deben debilitarse frente a un mundo que a menudo prefiere los tonos grises de las medias verdades. Así, aquellos que sostienen doctrinas claras encuentran en el Sínodo un ejemplo brillante de resistencia espiritual.
Algunas voces pueden criticar la falta de flexibilidad del Sínodo, pero hay que reconocer que fue esta firmeza la que evitó que las puertas al relativismo doctrinal se abrieran de par en par. Celebramos que el Sínodo de Dort haya mantenido en alto la verdad en medio de la tempestad, marcando el camino hacia un cristianismo resueltamente bíblico.