En la República Democrática del Congo, el Senado es similar a una gran obra de teatro, donde los actores no siempre siguen el guion, pero todos esperan un buen espectáculo. Este órgano legislativo bicameral, ubicado en la vibrante capital de Kinshasa, tiene la función primordial de crear leyes, moderar las políticas y representar al pueblo. Pero qué sorpresa: ¿de verdad representa al pueblo o es solo un escenario donde unos pocos cuentan con los privilegios? Establecido desde la independencia en 1960 y evolucionando a lo largo de los regímenes, el Senado del Congo no deja indiferente a nadie.
Primero seamos claros, el Senado es una cámara alta que debiera traer estabilidad y control; sin embargo, ¿cuántas veces realmente se ha visto esto? Debido a los constantes cambios políticos y la corrupción rampante, el Senado parece más un campo de batalla político que un lugar de acuerdos. ¿Deberíamos esperar algo diferente en un país donde el índice de desarrollo ocupa los peores puestos a nivel mundial? No es que el caos y la desorganización sean nuevos para los habitantes del Congo, ¡pero vaya que el Senado exacerba la situación!
Para entender este circo político es necesario saber quiénes son sus protagonistas. El presidente del Senado, un cargo vital, se convierte en una figura que debería ser imparcial y sabia, pero más de un escándalo ha demostrado lo contrario. Más que guiar, algunos prefieren dirigir la ópera al grito del solista. Un Senado funcional podría, y debería, asegurar la apropiación justa de los recursos de la vasta y rica tierra congoleña. Sin embargo, más que proteger su pueblo, algunos senadores parecen más preocupados en enriquecer sus propios bolsillos. La minería, los recursos naturales y el petróleo tienen un papel central; el tráfico de influencias y los acuerdos bajo la mesa son el pan de cada día.
Pensemos entonces, el tiempo que dura un mandato de un senador en el Congo, aproximadamente cinco años, debería ser suficiente para ver cambios; sin embargo, los intentos de reforma quedan archivados para el mañana que nunca llega. Tal vez algunos están contentos con el sonido del “mañana será mejor”, mientras en la práctica, las promesas son tan efímeras como el rocío de la mañana.
Y no olvidemos las curiosidades del sistema electoral. La elección de los miembros del Senado está basada en un complejo proceso indirecto, en el que los asambleístas provinciales son quienes votan. Si nos detenemos a ver las estadísticas y resultados electorales, estas contiendas no son precisamente el ejemplo de transparencia y buena práctica. Los roces, las alianzas momentáneas y las inevitables traiciones son un guion digno de un thriller político.
Vayamos ahora al debate. Si en algo se especializa el Senado congolés es en convertir un asunto simple en una discusión interminable. Aquí es donde algunos senadores brillan como estrellas rutilantes, dedicando gran elocuencia a problemáticas que, al final del día, quedan sin solución tangible. Mientras, un país con grandes problemas sociales, económicos y sanitarios espera sentado a la orilla del río a ver el cadáver de sus problemas pasar.
Pero no toda crítica puede ser negativa, dirán algunos, y aunque esto puede ser cierto, la poca disposición a reformar un sistema viciado es parte del problema. Francamente, esperar que el Senado, tal y como se presenta hoy, sea el catalizador del cambio positivo para el Congo es como esperar que el protagonista de una tragedia escape ileso. Son muchos los actores políticos y pocas las cabezas llenas de ideas constructivas.
Nadie niega el potencial del Congo. Con vastas reservas de recursos naturales y una cultura rica, el país podría brillar en el continente africano. Pero un Senado que no promueve la unidad nacional y la transparencia es como intentar construir una casa sólida sobre un charco. Si la historia nos enseña algo, es que el cambio real y duradero sólo se logra cuando la política es guiada por un interés auténtico por el bienestar popular.
Así que aquí estamos, observando mientras la república sigue adelante con un Senado que camina al ritmo de una ópera que no parece tener fin. Hay quienes muestran una fe inquebrantable por el sistema; para otros, parece solo un mal necesario. Sin embargo, es imperativo recordar que las verdaderas victorias se logran cuando el pueblo entiende que depende de su acción colectiva. La política no es para espectadores, sino para actores decididos. En un mundo donde las ideologías se confrontan constantemente, mantener el rumbo seguro será fundamental.