Ruth George nunca imaginó que su nombre se convertiría en bandera de tanto debate. Si haces una encuesta entre tus conocidos, es probable que pocos sepan quién fue. ¿Pero qué es lo que hace que George, una joven universitaria con una vida aparentemente normal, sea objeto de tanto análisis? Para comprenderlo, vamos a desentrañar los hechos. Ruth George fue una estudiante universitaria de la Universidad de Illinois en Chicago. Nació el 28 de julio de 1999 y fue trágicamente asesinada en noviembre de 2019. La escena del crimen fue un estacionamiento universitario, un lugar donde uno pensaría estar a salvo pero que se convirtió en el escenario de un horror inusitado.
¿Qué hizo que su muerte fuera un choque para la sociedad? La razón es simple: fue un asesinato a sangre fría que removió esas instancias de falsa seguridad con las que nos amparamos. La joven fue asfixiada y dejada abandonada como si su vida no tuviera valor. ¿Por qué hablar de Ruth George? Porque su historia es un grito muy real contra la indiferencia y la falta de seguridad.
Las reacciones tras su muerte mostraron dos caras de América: una que exige justicia y otra que se enfoca en politiqueos ideológicos en lugar de soluciones. Para todos aquellos que creen que más regulaciones y comisiones serán la cura para el mal que nos aqueja, la historia de Ruth es un recordatorio de que los verdaderos cambios requieren conocimiento del problema y acciones realmente efectivas, no más burocracia.
Hablar de estas desgracias no se trata de victimizar a una figura, sino de darle sentido a una conversación ya demasiado manoseada por intereses. El verdadero enfoque debería ser cómo asegurar más protecciones reales en lugar de piezas legislativas que solo pacifiquen a un espectro de la sociedad.
El asesino de Ruth, quien la acechó en el campus y terminó privándola de su vida, ya tenía antecedentes criminales. ¿No suena eso como una alerta que deberíamos haber escuchado antes? La pregunta del millón de dólares: ¿por qué alguien con tal expediente sigue en las calles? Quizás porque las leyes existentes simplemente no se ejecutan con el rigor necesario.
Aquellos que proponen soluciones simplistas esmeradamente canalizan las cosas por el camino incorrecto, distraídos con señalizaciones morales. El intento de resolver estos problemas a través de discursos huecos solo invita a más tragedias. Los verdaderos protectores de la sociedad siempre han sido aquellos que defienden el sentido común y la responsabilidad personal, no los silbadores de pancartas.
Herir susceptibilidades no es el objetivo aquí, pero si no hablamos con claridad y firmeza sobre este tema, solo perpetuamos un círculo vicioso donde la víctima es relevada a una estadística más en un mar de números desalmados. Eso, o pretendemos mitigar situaciones con condicionales argumentativos que apilan el problema aún más.
Con respeto a Ruth, lo mínimo que puede esperarse es que se tomen acciones concretas y genuinas para prevenir futuros incidentes, no meros debates inofensivos en cámaras legislativas. Requerimos normas y procedimientos que realmente funcionen, no solo retóricas.
Y si ofreces una opinión contraria, tal vez sea hora de reevaluar cómo percibimos la seguridad y hasta qué punto debemos depender del Estado para nuestra protección individual. Cada crimen es una falla, no del sistema, sino de quienes se encargan de velar por su correcto funcionamiento.
Que el nombre de Ruth no sea solo un recordatorio sombrío, sino una llamada a despertar de la indiferencia. La verdadera defensa debe surgir del propio ser humano, y no siempre puede encomendarse a legisladores cuyo único logro visible es crear un papel para la galería.