Romário, el jugador que vivió la vida en la cancha como si fuera su propia fiesta privada, no solo redefinió el concepto de goleador, sino que también demostró una y otra vez que vida y política pueden ser igual de controversiales. Nacido en Río de Janeiro el 29 de enero de 1966, Romário de Souza Faria deslumbró al mundo con su talento futbolístico, convirtiéndose, antes de Neymar y los contratos millonarios, en el icono brasileño de los 90. Sí, fue el futbolista que cargó a Brasil hacia su cuarto título en la Copa del Mundo en 1994, gracias a su destreza, agilidad y ese instinto asesino por el gol que hacía que las defensas se tambalearan.
Un genio en el césped, Romário era conocido por su capacidad para marcar goles de la nada. No era solo su precisión, sino su velocidad y su habilidad para estar siempre en el lugar preciso. Con 55 goles en 70 partidos con su selección, pocos como él han podido llenar de tanto orgullo a su país desde la época de Pelé. En el FC Barcelona, bajo la direccción de Johan Cruyff, su maestría fue absoluta; alcanzó 30 goles en la temporada 1993-94.
Pero Romário no solo es conocido por sus hazañas en el campo, también lo es por su altisonante paso a la política con el Partido Socialista Brasileño. Liberales, tomen nota: él fue directo y sin filtros, atendiendo problemas como la pobreza y el VIH en su país, expandiendo su legado más allá del deporte con controversias incluidas. Como político, se posicionó en contra de la corrupción rampante que plaga su patria, haciendo siempre alarde de su característico estilo sabroso y desafiante.
Romário fue simplemente puro espectáculo tanto dentro como fuera del campo. Con su estilo de vida poco convencional, fiestas hasta altas horas de la madrugada, y un gusto por la vida nocturna poco típico para un atleta de alto rendimiento, marcó la diferencia con respecto a sus contemporáneos, quienes quizás temían perder patrocinadores por ser cuestionados en sus maniobras extra futbolísticas. Él, sin embargo, nunca se comprometió más allá de sus propias reglas personales.
No es casualidad que ganara el Balón de Oro en 1994, un reconocimiento merecido a la tenacidad de un delantero que lo hizo todo de su propio modo. Fue individualista, sí, pero con una arrogancia merecida porque podía respaldarla con goles y resultados. Su regreso a Brasil fue tan cargado de emociones como su tiempo en Europa, donde siempre cautivó al público con su magia y afán de desafío.
Después del fútbol, Romário se lanzó al área política con la misma irreverencia. Desafió el status quo, pronunciándose con audacia sobre temas sociales y demostrando que un exfutbolista podía hacer más que retiros dorados y patrocinio de productos. Algunos lo ven como el ovillo que sacude el entramado político brasileño; otros, lo respetan por su lucha hacia un cambio real.
Su paso por diferentes clubes a nivel mundial, Atlético Mineiro, Flamengo, entre otros, solo consolidó su legado como un ícono irrebatible del fútbol. Y a pesar de las críticas por su polémica vida nocturna y comentarios francos, nunca dejó de ser una figura popular y querida en suelo brasileño y más allá.
Romário fue un adelantado a su tiempo, desafiante y sin miedo de tocar temas tabú o meterse bajo la piel de la oposición política. Ya sea como delantero en la cancha o como político, deja una estela imborrable a donde sea que vaya.
La carrera de Romário se asemeja a una novela de Humberto Eco: llena de intrínseca complejidad, estilos solapados y un ímpetu que no admite fácilmente el silencio. Sin embargo, es justo este ímpetu lo que le ha permitido esculpir su lugar en la historia no solo de los deportes, sino también del mundo moderno. Para quienes buscan inspiración, aunque no sean fanáticos del fútbol, la historia de Romário es un recordatorio de que se puede ser auténtico y exponer mensajes contundentes.
Con cada partido jugado, con cada intervención política, con cada acción audaz, Romário deja un legado que no solo entretenía sino que, en más de una forma, hablaba verdades incómodas que resonaban más lejos que un estadio de fútbol.