¡Ah, Roberto Ivens! El valiente explorador del siglo XIX que probablemente sea el héroe de aventuras que todos los progres de hoy desearían que nunca hubiera existido. Fue un adelantado a su tiempo: un oficial de marina, ingeniero y explorador portugués que dejó su huella en África, cartografiando territorios, desafiando obstáculos naturales y conquistando la geografía que aún no había sido seducida por el hombre moderno. Nacido el 12 de junio de 1850 en Ponta Delgada, Azores, Ivens vivió en un mundo donde los exploradores eran celebrados por su habilidad para descubrir y conquistar nuevos territorios. ¿Y quién podría olvidar su expedición más famosa junto a Hermenegildo Capelo entre 1884 y 1885, desde Angola hasta el Océano Índico? Estos exploradores dibujaron mapas nuevos y expandieron la comprensión del África central como nunca antes.
Sus travesías no solo eran campañas cientificas, sino también símbolos de orgullo nacional en una época donde ser portugués significa abrazar una historia de exploraciones épicas. Imaginemos por un momento a estos aventureros en la actualidad: serían furiosamente criticados por los 'progres' por ‘colonizar’ campos que hoy decimos querer ‘proteger’. Pero en la brújula de la historia, los exploradores como Ivens avanzaron el conocimiento en un tiempo sin satélites ni GPS. Un mundo por explorar significaba incógnitas y promesas: riqueza cultural y, sí, mapas que permitieron otras futuras exploraciones.
En aquel entonces, en pleno auge del imperialismo europeo, Ivens puso al servicio de su país y de la ciencia su destreza y valentía. Sin embargo, imaginemos a las mismas voces de alerta progresistas actualizando su Twitter para gruñir acerca de estos aventureros decimonónicos. Pero no olvidemos el heroísmo y saber hacer que tenían, lanzándose a lo desconocido con valor y determinación.
Enojará a los sensibles saber que Ivens personifica la “vieja escuela” de la exploración: un espíritu indomable y un impulso de expansión cultural y científica que muchos han etiquetado ahora como ‘insensible’. En su periodo, sin embargo, el Imperio Portugués hizo caso omiso de tales dudas y envió a hombres valientes como Ivens y Capelo a cruzar ríos, soportar enfermedades y enfrentarse a la naturaleza implacable. Estos hombres trazaron rutas nuevas que potenciaron el comercio y la diplomacia de Portugal y, por lo tanto, consolidaron la influencia de una de las naciones más antiguas de Europa.
Si uno toma tiempo para examinar la herencia de Ivens, verá el legado de mapas, rutas y descubrimientos tangibles e intangibles. Años después, sus hazañas se convirtieron en pilares de inspiración para futuras generaciones de exploradores, científicos y aspirantes a líderes mundiales. Sin ellos, el conocimiento de África podría haber quedado mucho más limitado.
Muchos críticos actuales tal vez prefieren sentarse y posar opiniones desde sus cómodos sillones, evadiendo el peso que implica moldear un mundo mejor o más comprendido. Conviene recordar que los hombres de carácter, como Ivens, nunca evitaron el sudor, la fiebre o las mordeduras de un continente vasto y misterioso. Ellos tomaron el futuro en sus manos, firme y resuelto.
Ivens fue parte de un tiempo donde las fronteras no eran límites sino puntos de partida. Fueron hombres como él quienes nos demostraron que incluso el más vasto desierto o la jungla más densa podían ser conquistados por el ingenio y la valentía humana. Al final, la historia no es justa hasta que uno ha caminado las millas de un explorador, sufriendo los peligros pero deleitándose en cada nuevo horizonte alcanzado.
Ningún debate sobre la historicidad y el explorador es continente pleno sin al menos dar crédito a aquellos que pisaron tierras desconocidas, que enfrentaron las incomprensiones de su época y moldearon un mundo mejor conocido para el resto. Roberto Ivens debe su legado a héroes que, sin pedir permiso a la corrección política de su tiempo, decidieron desafiar lo que no conocían para iluminar el camino hacia el futuro.