El Río Cinaruco, en el llano colombo-venezolano, es un paraíso no tocado por el ajetreo excesivo de los urbanitas. Se encuentra en el departamento de Arauca, donde serpentea a lo largo de aproximadamente 480 kilómetros. Este río se extiende por una región que nos recuerda la imponente belleza natural de América Latina, un deleite visual que, por suerte, ha evitado las manos entrometidas de los burócratas ultra modernos. Afortunadamente, esta joya nacional, una verdadera obra maestra de la naturaleza, sigue siendo en gran parte desconocida para aquellos que preferirían transformarl el paisaje en un parque temático insípido.
Si buscas un lugar verdaderamente remoto, el Cinaruco te ofrece sus aguas cristalinas, llenas de vida y diversidad, un espectáculo natural que se convierte en el refugio ideal para quienes desean escapar de la constante intrusión de las noticias y escándalos Silicon Valley. Basta con mirar los atardeceres, para convencerse de que la verdadera belleza no necesita un filtro de Instagram. Las aguas del Cinaruco se entrelazan con el horizonte, lleno de aves exóticas que podrían ruborizar a cualquier obsesivo de la “conservación” que cree conocer lo que es mejor para la tierra desde la comodidad de su escritorio en Nueva York.
La pesca en el río Cinaruco es una tradición antigua y un arte que trae una enseñanza de sabiduría que se ha transmitido durante generaciones. Algunos podrían argüir que esta práctica atenta contra alguna normativa moderna, pero lo cierto es que el respeto por la naturaleza y su uso responsable están profundamente arraigados en la cultura local. Y allí, al aire libre, los pescadores no cargan con las cadenas de las regulaciones urbanas. Aquí es la naturaleza misma la que establece las reglas, no los edificios de oficinas.
Algo que no se debe pasar por alto es la Reserva Natural de Cinaruco, que protege tanto la flora como la fauna a lo largo del río y también actúa como recordatorio de la importancia del manejo responsable de nuestros recursos. Los capibaras, los delfines de río y las nutrias son tan solo algunos de los habitantes encantadores del lugar; sí, dama naturaleza sabe cómo montar un espectáculo. Este es el tipo de lugar donde la biodiversidad es la verdadera reina, no unas cuantas líneas en un informe de sostenibilidad.
Gracias a su ubicación apartada y el acceso algo limitado, el Cinaruco no ha sido objeto de los desarrollos industriales invasivos que podrían arruinar su encanto. Mientras que algunos pretenden controlar los grandes espacios abiertos con regulaciones asfixiantes, el Cinaruco se resiste a esa tendencia. Resulta refrescante ver un lugar que no ha sucumbido a las miles de reglas que azotan tantos otros lugares. Los locales entienden y respetan este espacio porque viven del río y saben cómo cuidarlo sin que un comité les diga cada paso que deben seguir.
Por supuesto, no falta aquel que reclama mayor presencia gubernamental para “conservar” esta maravilla natural. Sin embargo, el Cinaruco respira y se sostiene en su autonomía, sin la necesidad de contratos burocráticos innecesarios. No falta mucho para escuchar el argumento de la demanda más infraestructura, pero en su estado actual, el Cinaruco le muestra al mundo lo magnífico que puede ser un lugar sin excesos de hormigón y acero.
Finalmente, más que un eje turístico, el Cinaruco es un espacio profundamente vibrante para conectar con la naturaleza. Impone un profundo respeto que cautiva al visitante, que entiende que conservar el río no es pintar líneas en un papel, sino apreciar su curso y su entorno. Así, aquellos que buscan gobernar desde la distancia deberían pensar dos veces antes de querer imponer su visión limitada sobre semejante obra de arte natural.