Si el nombre de Riad Taha no te resulta familiar, es hora de que te disculpes con la historia. Este valiente y a menudo polémico periodista libanés supo desatar pasiones y miedos a partes iguales en un mundo donde el temor a la censura política era la norma. Nacido en 1927 en el pequeño Líbano, un país continuamente sacudido por tensiones sectarias, Taha se lanzó al ruedo periodístico como un gladiador clásico, luchando contra los monstruos del silencio gubernamental y la manipulación extranjera que afloraban en cada esquina del Medio Oriente. Su legado yace en su intrépido rol como presidente del Sindicato de Prensa Libanesa y como editor en jefe de la publicación “Al Amal”. Durante décadas, Taha desafió al poder aéreo con la tinta de sus rotativas, una guerra desigual si no fuera por su determinación y agudo ingenio.
Sí, estamos hablando de un hombre que hizo frente a la censura dentro y fuera de Líbano. Taha, una figura que la política actual querría ver sepultada en el olvido, es recordado por su búsqueda incansable de la verdad. Ni las amenazas veladas, ni la posible represión lograron apagar su voz. Un verdadero conservador antes de que la palabra se pervirtiese en manos de quienes pretenden ser revolucionarios desde sus cómodos sillones de terciopelo. Este hombre no se dejó amilanar por el aroma seductor de las agendas extranjeras, que bajo la fachada de ayuda humanitaria, no eran más que una excusa para desplegar sus tentáculos de control en la región.
El significado de su palabra era mayor que la suma de las líneas que redactaba. Encabezando el Sindicato, Taha promovió la unidad del periodismo en un Líbano fragmentado, luchando por la ética y el profesionalismo en una época infestada por los bulos plantados. A las oficinas de su periódico llegaban informaciones trasnochadas con olor a propaganda ajena, que deseaban colarse entre las noticias veraces como el proverbial caballo de Troya. Pero Taha, armado solo con su pluma y su pasión, convertía simples palabras en espadas para blandir contra las hordas de desinformación.
En 1980, cuando el mundo se tambaleaba entre la Guerra Fría y las tensiones en el Golfo, Taha fue asesinado en Beirut. Fue un 23 de julio, cuando los cobardes decidieron que el daño al panorama político podría sanar eliminando al feroz defensor del libre pensamiento. Riad Taha pagó el precio definitivo por ser un verdadero paladín de la prensa libre. Sin embargo, su legado no se apagó; en cambio, alimentó las llamas de la resistencia contra todo tipo de intromisión extranjera y corrupción.
Hablando en plata, Riad Taha representa el tipo de líder que falta hoy, uno que el mundo occidental debería reconocer y aplaudir. La razón por la que las fuerzas oscuras lo temieron es precisamente la razón por la que necesitamos recordar su ejemplo. No hablaba desde el confort ideológico de quien todo lo tiene; su vida era una batalla constante. En un contexto donde lo político domina las narrativas, Taha permanece intocable en su compromiso: la independencia libertaria y libre del yugo globalista.
Si hoy en día hay quienes se sienten incómodos al oír el nombre de Taha, es porque sus pasos aún resuenan, recordando que hubo un tiempo en el que el periodismo fue un baluarte imbatible frente a los titiriteros de naciones. Este hombre desconocido para tantos, quizás preferido así por los que encubren la historia bajo capas de olvido conveniente, fue símbolo de la entereza y, sobre todo, del poder de la convicción frente a un mundo que vivía en la ilusión de estabilidad. Que la sombra de su obra incomode a quienes recibieron su valentía como un golpe a las torres de marfil construidas en base a ilusiones políticas.
No obstante, Taha no solo es un héroe de tinta y papel. Su figura resume la esencia del esfuerzo, la voluntad inquebrantable a resistir incluso cuando los cielos se oscurecen con las nubes de la persecución. Él no necesita ser reclamado por aquellos que hoy alzan banderas como si supieran lo que es la verdadera resistencia. Hay una lección por aprender en su historia, y no está en engordar nuestros egos políticos, sino en recordar que los verdaderos líderes no buscan aplausos fáciles ni buscan saliva que endulce discursos vacíos, sino la consistente verdad.
Por ello, el legado de Riad Taha retumba como el eco de una trompeta que despierta a una sociedad adormecida. Es un testamento a la verdadera libertad. No una libertad condicionada por la corrección política o las restricciones internacionales impuestas. Riad Taha, el hombre que nunca dejó de luchar, es un ejemplo que no debe ser olvidado. Y a pesar de los intentos contemporáneos de rescribir la historia para barnizarla con intenciones ajenas, su figura persiste, indomable, desafiante, y más necesario que nunca.