¿Qué tienen en común un urinario colocado en una galería de arte, un manifiesto lleno de palabras inconexas, y un grupo de artistas que se burlan del mundo establecido? Todo forma parte de la rebelión de arte conocida como Dada o Dadaísmo, que surgió en la Europa de los primeros años del siglo XX como una desafiante reacción a la Primera Guerra Mundial y un escupitajo en el rostro de las instituciones artísticas. Pero cuidado, que no todo lo que brilla es oro.
La historia cuenta que el Dada comenzó en 1916, en los seguros brazos de un pequeño cabaret en Zúrich llamado Cabaret Voltaire. Fue allí, en el corazón de Suiza, donde un grupo diverso alineó su frustración con las estructuras sociales y políticas, desencadenando un estilo ‘artístico’ que algunos aplauden como revolucionario. Pero, cuando un urinario es aclamado como arte, ¿no estamos frente a una farsa brillantemente ejecutada?
Tristan Tzara, poeta rumano, fue la figura clave de esta maraña de provocadores que inflaba su ‘ismo’ con la verborrea de lo absurdo. Bajo el estandarte del Dadaísmo, se creó un espacio donde lo irracional era aclamado, supuesto arte elevado que arengaba contra la guerra, el capitalismo, y las normas tradicionales. Aunque noble de espíritu, uno no puede evitar preguntarse, ¿no habrá mejor agua que no empañe el vino del arte con tales bromas malintencionadas?
A pesar de sus intenciones, el Dadaísmo no es tan apolítico como parece. Uno de sus puntos de partida fue una oposición radical a la guerra, cuyos estragos no discriminaban en su devastación. Esto indiscutiblemente es loable, pero el problema reside en que esta forma de arte tiende a romper todas las reglas sin proponer soluciones prácticas, arrojando el niño junto con el agua de la bañera.
Ciertamente, en su época, el mundo estaba al borde del caos y el arte Dada ofrecía un espejo distorsionado. Hugo Ball y su esposa Emmy Hennings, así como otros como Hans Arp, Richard Huelsenbeck, y Marcel Janco, participaron de esta satírica plataforma que retó al convencionalismo. La pregunta es, si la meta es el caos, ¿dónde queda entonces lo constructivo? Este grupo inventó una forma de romper, protestar, y crear, todo mientras su propia existencia se basaba en la contradicción.
El famoso collage, por ejemplo, gana popularidad en aquellos días. Uniendo imágenes dispares de la forma más caprichosa y fragmentaria, se reflejaba así la desintegración percibida en la sociedad. Al mirar estos trabajos decididamente fragmentados, viene a la mente la famosa fábula del emperador sin ropa. A veces el Dada no es más que una pretensión sofisticada, un rey desnudo que avanza presentando piezas del caos absurdo enmarcadas como ’creativas’.
La movida Dada se expandió rápidamente a París, Berlín y Nueva York. Cada ciudad anudó su propio hilo en la trama, con artistas que discurrieron el mismo idioma absurdo en murales y publicidades que adornaban las calles como un grito de libertad. Pero, ¿hasta qué punto esta 'libertad' no se convierte en un tostón de retórica donde lo más importante es que ‘suenen’ sus ideas, sin plantear un cambio verdadero?
Algunos proponen que el Dada fue precursor de movimientos posteriores como el Surrealismo, lo cual es otro tema para reabrir debates. Claro, Salvador Dalí, con su mundo onírico, y André Breton, con sus manifiestos, fueron exponentes del surrealismo. Sin embargo, incluso dentro de estos círculos, el nivel de absurdo perdió tracción al enfrentarse con la necesidad de autenticidad en la expresión—algo que el Dada, con su naturaleza fragmentada, rara vez logró alcanzar.
En la actualidad, ciertas facciones avanzan bajo banderas progresistas clamando por el mismo tipo de antisistema que el Dada abogaba. No se deja el arte liderar por la verdad universal sino por la 'impresión' de la realidad. El esplendor Dada reaparece cada cierto tiempo en nuevas manifestaciones que buscan generar ruido más que inspiración, evidenciando cómo ciertas ideas simplemente no mueren, sino que se reciclan con diferente empaque.
La revisión que hoy se hace del Dada debe estar basada en una robusta consideración acerca de lo que se define como arte y su rol en la sociedad. El arte Dada fue una algarabía eficaz en su tiempo, pero cuestionarse sobre los méritos de su legado es también preguntarse si al final de todo, reemplazar el orden por caos conduce a algún lugar que valga la pena. El desafío es ver, en medio de esta revisión, qué sigue siendo absurdamente vigente y qué pertenece en el museo del absurdo olvidado.