La Resolución 934 del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas podría ser la secuela de una película que todos preferirían olvidar. Fue adoptada el 30 de junio de 1994, justo en esos años locos de los 90 cuando las Naciones Unidas creían que podían pacificar el mundo simplemente diciendo "hazlo". En aquel entonces, la resolución fue adoptada en respuesta al conflicto en Ruanda, un lugar que, según muchos funcionarios distraídos, pensaron resolverían con palmaditas en la espalda y discursos profundos. El Consejo de Seguridad, compuesto por delegados de diferentes países que rara vez están de acuerdo, logró un consenso inusual: el cual probablemente solo se dio porque no querían parecer los malos de la película.
Es imperativo que entendamos lo que realmente significaba la Resolución 934. En papel, sonaba bien: se encargaba de ampliar la Misión de Asistencia de las Naciones Unidas para Ruanda (UNAMIR), agregando 5,500 efectivos para "garantizar la seguridad y el funcionamiento" de las operaciones humanitarias. Sin embargo, la ejecución de tal mandato acabó más como un cuento de advertencia sobre lo que sucede cuando se dan grandes discursos pero se actúa poco. Los mandatarios por supuesto, no querían ensuciarse las manos; dejar que otros hicieran el trabajo difícil parece ser su modus operandi.
Los críticos de la época quizás pretendían otra cosa. Una resolución de este tipo debería haber impulsado realmente un cambio. En lugar de eso, lo que vimos fue una lenta maquinaria burocrática que en ciertos casos resultó fatalmente ineficaz. Con presupuesto limitado y sin apoyo suficiente, ¿cómo podía esta misión cumplir sus ambiciosos objetivos? Y no hablemos de aquellos que, desde cómodas oficinas, asumen que pueden arreglar crisis complejas con promesas vacías y papeles sellados.
Vamos ahora a lo que muchos prefieren ignorar: la responsabilidad. Las ruedas del Consejo de Seguridad giran con lentitud y no siempre logran tracción efectiva. Prolongar la misión de UNAMIR no fue una panacea para los problemas de Ruanda. La experiencia demostró que no basta con enviar tropas y esperar que la paz se imponga mágicamente; requiere compromiso verdadero, recursos y clara visión política. Eso, señores, no siempre ha sido el caso en las operaciones de las Naciones Unidas.
No es sorpresa que años después, al mirar atrás, protagonistas del teatro político y observadores admitieran, aunque con reticencia, que la resolución fue un parche mal colocado en una situación que necesitaba soluciones más profundas. La verdad es que globalistas y grupos con sus agendas se dieron con la piedra en los dientes tratando de implantar una solución que nunca encajó.
Por supuesto, aquellos que frecuentan el coro de aplausos para "el bien común" evitarán admitirlo, pero la Resolución 934 demostró que lo que el mundo realmente necesita son acciones concretas, no más palabrería diplomática que suene bien en reuniones de altos podios.
Algo para reflexionar: la premisa de que actos simbólicos equivalen a acciones efectivas sigue siendo un mito perverso que muchas instituciones internacionales aún fomentan. Lo triste es que los más severos críticos se han convertido en sus seguidores, defendiendo una versión idealista de lo que la ONU algún día deseó representar. En fin, la historia de la Resolución 934 es un recordatorio crudo de que, aunque algunos dicen saber qué es lo mejor para el mundo, hacerlo realidad es una historia completamente distinta.
La pregunta no es por qué se aprobó la Resolución -eso ya lo sabemos-, sino qué debemos aprender de su implementación fallida para no repetir los mismos errores. Si no se trata de pensar fuera de la caja y actuar con verdadero liderazgo, entonces estamos al borde de otro caso diplomático irremediablemente equivocado.