Las Curiosas Relaciones Canadá-Libia que Harán Insultar a los Progresistas

Las Curiosas Relaciones Canadá-Libia que Harán Insultar a los Progresistas

Hay algo delicioso en observar la peculiar danza diplomática entre Canadá y Libia. Es una jugada intrigante que involucra petróleo y política, dos ingredientes que harán que más de uno alce la ceja.

Vince Vanguard

Vince Vanguard

Hay algo delicioso en observar la peculiar danza diplomática entre Canadá y Libia. Es una jugada intrigante que involucra a actores tan dispares como un tronado con pancartas y un vendedor de té. Desde 1954, Canadá, conocido por su fría cordialidad, ha mantenido una relación curiosamente cálida con Libia, un país conocido más por el desierto que por el hielo. ¿Por qué, preguntas? Porque, en parte, es tiempo de recogida de los frutos del petróleo.

Libia, posicionado al norte de África, es una tierra rica en recursos que no pasan desapercibidos para los canadienses. Las firmas energéticas canadienses han establecido su campamento en el último de los oasis libios, seducidos por el canto de las sirenas de las reservas de petróleo. Yes, el verde, o el oro negro, como le llames, ha sido el gran mediador en esta relación. Y sí, más de uno ha girado el rostro en Ottawa en sus reuniones de alto nivel.

Ahora, hablemos claro. Es evidente que la política energética de Canadá ha estado, en parte, enraizada en intereses en Libia. Las compañías como Suncor Energy han puesto el pie en el suelo libio, ganando contratos sustanciosos, invirtiendo tiempo y dinero, y con ello, forjando lazos económicos difíciles de romper. El petróleo es la provocación silenciosa detrás de cada encuentro diplomático, y eso no agrada a todos. Este vínculo económico se refuerza a cada barril extraído, ignorando los berrinches en Naciones Unidas y el clamor de aquellos que prefieren ignorar la realidad de una economía global basada en hidrocarburos.

Mientras las relaciones diplomáticas bailan un tango, no olvidamos el sentido de la espada de dos filos. Por un lado, está la crítica constante sobre las cuestiones de derechos humanos en Libia. Dichos antagonistas no pueden comprender cómo Canadá, con su supuesta brújula moral, puede siquiera echar un vistazo más allá de las controversias políticas de Libia y enfocarse en el dulce aroma de ganancias irrechazables. No es sorprendente que algunos descarten rápidamente estos murmullos, subrayando que en asuntos internacionales, la moralidad tiende a evaporarse, parecida al agua en el vasto Sahara.

Vámonos a lo más reciente. Tras la caída del régimen de Gaddafi en 2011, las cosas tomaron un nuevo giro. Canadá apoyó activamente la intervención liderada por la OTAN, con los aviones canadienses vertiendo bombardeos y propiciando el cambio de régimen. Esto, por supuesto, vino con la esperanza de un nuevo amanecer, pero lo que siguió fue más bien una tormenta política llena de conflictos internos. Digamos que Libia se transformó en otra pieza complicada en el tablero diplomático global.

Desde entonces, el país norteamericano ha mantenido su embajada, demostrando su compromiso de 'apoyo', ese término que resuena en todas las declaraciones de prensa. La realidad es que este "apoyo" a menudo coincide con la búsqueda de estabilidad para proteger intereses energéticos. Bueno, aquí es donde la política canadiense aprovecha un cuento sobre democracia y reconstrucción, mientras sus empresas continúan extrayendo recursos con el mismo entusiasmo.

Avancemos a nuestra era moderna, donde Libia aún lucha con sus demonios, y donde Canadá se ve a sí mismo una vez más en una posición simultánea de mentor y comerciante. Alguien podría preguntar, ¿es esto una relación de conveniencia o una travesía en búsqueda de justicia? Para algunos, el petróleo es el verdadero embajador de buena voluntad. Así es el mundo de hoy.

El hecho es que, mientras que los diplomáticos canadienses pueden ondear banderas de 'libertad' y 'asistencia', nunca olvidarás que un pujante sector privado está detrás de cada sonrisa. El dominio energético yace en el corazón de estos lazos, y ningún gesto altruista cambiará que el mundo todavía gira gracias al petróleo. Como dicen cínicamente algunos, "el tambor de petróleo toca más fuerte que cualquier tambor de rol moral".

Canadá y Libia continúan su juego, circulando como dos piezas intrincadas de un rompecabezas geopolítico. Y como tal, cualquier discusión seria sobre las relaciones entre ambos países requiere reconocer que, detrás del velo de diplomacia y retórica política, hay intereses económicos evidentes y pragmáticos. Sopla el viento a favor de los nacionales y las empresas que lo entienden, y al caray con quienes no logran hacerlo. Así es como se ve el manual de instrucciones prácticas del mundo real.