Era el año 2004 cuando el mundo literario africano fue sacudido por un grito profundo y sentido lanzado por el autor Julián Félix en su controversial libro "Regresa, África". Con una mirada crítica y sin temor a desafiar las sensibilidades más frágiles, Félix se atrevió a decir lo que otros callaban: que África, con toda su riqueza y cultural, había sido dejada a la deriva en un mar de intereses occidentales. Lo publicó en España, un lugar que ya había visto anteriormente debatirse sobre su antiguo rol colonial, y lo hizo con la intención de abrir los ojos. Ahora, más de una década después, las verdades allí declaradas siguen más relevantes que nunca.
Félix no teme alzar su voz contra lo que él ve como un continuado saqueo de recursos por parte de aquellos que hablan tranquilamente sobre justicia social mientras ignoran los gritos de ayuda del continente africano. Su propuesta fue sencilla y radical: África debe reclamar su destino, sus tierras y el respeto que le es debido. A veces, es necesario recordar al mundo que el respeto no empieza por salir en portada con un «hashtag» bonito para los liberales, sino por reconocer la soberanía de los pueblos. Reclamó que Europa, aún cubierta por la sombra de su pasado colonial, debía mirar más allá de su pantano de buenas intenciones para devolver algo tan simple como el respeto que un día negó.
Una de las principales críticas que lanza el libro es hacia las potencias que se disfrazan de salvadoras para extraer lo necesario a los ojos del planeta, promoviendo el desarrollo sin plantearse un regreso real a las raíces auténticas y a la independencia legítima. Habla claramente sobre el control estratégico y económico que ejercen potencias mundiales a través de "ayudas" embutidas de intereses ocultos. Con un estilo directo, Félix no vacila al señalar cómo, en nombre de la ayuda y la democratización, los verdaderos intereses muchas veces se centran en el control de recursos estratégicos como petróleo, minerales, entre otros. Esto no es más que una nueva forma de colonialismo encubierto.
El autor remueve conciencias demostrando cómo, mientras algunos promueven un modelo de desarrollo que sirve más a quienes lo imponen que a quienes lo reciben. África, con sus miles de etnias, culturas y naturalezas variadas, sigue, en su visión, siendo tratada como una colección de naciones a ser constantemente corregidas, ajustadas y aprovechadas. Un continente al que el mundo continúa mirando por encima del hombro, pero del que no tarda en sacar tajada cuando conviene.
Y antes de que se levanten voces indignadas diciendo que todo ha cambiado, recordemos que ceder terreno jamás significará corregir los errores del pasado. ¿Liberto el continente o siguen sus cadenas tan firmes como siempre por medio de tratados y acuerdos que más bien parecen garras? El libro de Félix incita a este tipo de cuestionamientos con provocación y cierta ira fría que es dificilmente ignorada.
El alma del libro se enfoca en el despertar y el recordatorio de que el camino al futuro pasa por una recuperación del orgullo, del redescubrimiento de las culturas y las riquezas africanas ocultas bajo las etiquetas impuestas desde occidente. Él insiste en que el verdadero desarrollo vendrá cuando los actores internos sean los protagonistas de sus propios destinos. Porque al final, las ayudas externas, según sus palabras, son como ungüentos para mordeduras autoinfligidas: un remedio superficial a problemas que necesitan raíces más profundas y soluciones autóctonas.
Reconocer esto no es tan sólo un paso, sino una serie de desafíos continuos que Félix describe con fervor. El autor también nos recuerda, con ejemplos claros, que la educación y la cultura son motores de cambio esenciales. Habla de devolución del arte y bienes culturales que aún residen en los museos europeos como símbolos vitales de la verdadera restitución. "¿De qué sirve una disculpa si parte de nuestra identidad sigue encarcelada tras vitrinas?", es su pregunta recurrente.
Félix también deja claro que, para que África se alce con sus propios recursos, debe existir una apertura al éxodo del talento. No teme en mencionar cómo tantos profesionales africanos escapan en busca de mejores oportunidades, privando a sus tierras de las mentes más brillantes que podrían liderar un cambio interno.
Así es como "Regresa, África" se convierte en un manifiesto aparentemente radical pero con raíces en el sentido común y el deseo de autonomía verdadero. En cada una de sus páginas, Félix lanza temas de debate, incómodos tal vez, pero necesarios para romper cadenas que hoy son ideológicas, económicas y culturales. Porque es hora de que África no solo vuelva, sino que regrese retumbando. Aquí ya no hay espacio para sutilezas ni retóricas condescendientes; el llamado es urgente y las palabras deben doler para hacer despertar al gigante dormido. El desafío está sobre la mesa, reconocerlo y enfrentarlo será parte del cambio inevitable.