La monumental experiencia visual y auditiva que ofrece 'Rammstein: París' es una declaración contundente de lo que significa un espectáculo en vivo sin filtros ni limitaciones impuestas por lo políticamente correcto. La banda liderada por Till Lindemann lleva el estilo militar prusiano al escenario con una precisión y maestría que se sienten casi como una provocación en sí misma, en una época donde muchos dudan incluso en ondear su propia bandera por temor a ofender.
Rammstein ha sido siempre sinónimo de polémica, y esta muestra no es una excepción. Con una escenografía que reúne piromanía, erotismo e iconografía contundente, el concierto en París se enorgullece de explorar los límites del espectáculo en vivo. Y es que parece que cualquier cosa considerada fuera de lugar por sensibilidades modernas se encuentra en este show, escupiendo en la cara a aquellos que prefieren el arte sellado en celofán y corregido políticamente para evitar quejas.
Cada canción está hecha a medida para ser una provocación sonora. Desde 'Mein Teil', que trata temas que podrían hacer que tu tía liberal se desmaye, hasta 'Feuer Frei!', que da un paso más allá para recordar a todo el mundo que Rammstein no tiene miedo de encender las llamas, literalmente. La banda se enorgullece de ser tan descarada y abierta en su puesta en escena como en sus letras. Con una estética casi militar, el espectáculo es tan atractivo como desafiante.
La producción de 'París', dirigida por Jonas Åkerlund, es una experiencia cinematográfica que permite a millones de fans experimentar la ferocidad del directo de Rammstein sin pisar una sala de conciertos. Äkerlund se luce al capturar ese instante en que la música deja de ser solo melodía para transformarse en una forma de arte que envuelve a la audiencia con cada centímetro cuadrado de la pantalla cinematográfica. Rammstein no evita tocar temas tabúes. Al contrario, celebran su arte como una misa pagana dedicada a esos tabúes a través de su música.
Muchos de estos temas tienen fundamentos en el legado literario y cultural alemán, un detalle que muy a menudo se pierde cuando la corrección política intenta simplificar el arte para adecuarlo a un público que prefiere recortar su cultura para que quepa en un tweet. Resulta irónico que una cultura tan rica en historia ahora se vea obligada a disculparse repetidamente bajo el velo de las sensibilidades modernas.
En cuanto a lo visual, los efectos especiales son una explosión de creatividad. ¿Fuego? Cada cinco minutos. ¿Pirotecnia? Pareciera que cada canción necesita de su coreografía de fuegos. ¿Proyecciones visuales abstractas? Ákerlund se asegura de acercarte tanto, que casi puedes sentir el calor del fuego sobre el lente de la cámara. Si temías que el cine pudiera no capturar la esencia de un concierto como este, 'Rammstein: París' destruye esa noción con una bola de demolición.
El rodaje en París no es un mero espectáculo; es un portento militar lleno de energía que transmite el poderío alemán contemporáneo a través de planos cinemáticos que están a la altura del espectáculo en sí. Y para aquellos que gustan de ocultar las diferencias nacionales bajo una homogenización global, 'Rammstein: París' es una firme declaración de individualidad cultural que la banda se niega a resignar.
El setlist de 'París' es una entrega meticulosamente planeada de energía imparable. Desde los primeros acordes eléctricos de 'Keine Lust' hasta el desenfreno final de 'Sonne', el público es conquistado en cada paso, cada acorde. Rammstein logra cautivar como pocos artistas lo hacen hoy en día porque su espectáculo es una totalidad, una pieza de teatro que desafía cualquier formato ya establecido.
Puede que algunos quieran etiquetarlos como exagerados, tal vez para silenciar su onda expansiva. Pero ¿cuántas veces no hemos observado y escuchado a artistas recular ante la presión mediática? En una era donde parece que las buenas maneras han sobrepasado a la verdad en el arte, Rammstein se afianza como uno de los últimos bastiones de provocación sin tapujos.
'Rammstein: París' es más que un concierto, es una declaración de independencia artística y cultural, un festín para aquellos que prefieren un arte genuino y emotivo sobre una presentación señalética que busca quedar bien con todos. Ya sea admirado desde la pantalla o entre las masas sudorosas y emocionadas de un estadio, este espectáculo ofrece una ilimitada dosis de entretenimiento crudo, sin alianza a las suavidades de la corrección política actual.