¿Qué sucede cuando un grupo de ciudadanos decide alzar la voz contra lo que consideran injusticias políticas y económicas? El fenómeno de "Quinta Marcha" nace como respuesta a un clima socioeconómico que ya no pueden tolerar. Se ha extendido particularmente en países donde el desgaste del aparato estatal es obvio hasta para el más inepto. Fue un 15 de marzo en España, cuando miles de personas, jóvenes en su mayoría, decidieron tomar las calles de las principales ciudades como Madrid, Barcelona y Sevilla. Pero no fue una marcha como cualquier otra; fue un verdadero grito de guerra. ¿Por qué? Porque estaban hartos. Para los ciudadanos de "Quinta Marcha", es inadmisible seguir postrados ante un gobierno que una y otra vez promete el oro y el moro, pero que a la hora de la verdad solo entrega migajas.
Ahora bien, los detractores dicen que estos movimientos son todo por espectáculo y poco por resultados. Sin embargo, esos mismos detractores son los que no ponen un pie en la calle porque tienen su vida resuelta o quizás porque tienen miedo a mirar más allá de su microcosmos de conveniencia. Estos valientes marchantes, sin embargo, no piden caridad ni regalos, no están en las calles por capricho; están ahí porque quieren un cambio real, y temen que si no son ellos, nadie lo logrará.
En muchas ocasiones, se les ha pintado como radicales o extremistas. ¿Es radical querer trabajar en un país donde el desempleo juvenil alcanza cifras alarmantes? ¿Es extremista alzar la voz por una sanidad pública que esté a la altura de las promesas electorales que solo escuchamos durante campañas? Puede que esos términos confundan a algunos, pero para ellos, solo se trata de exigir arrebatar lo que se les debía.
"Quinta Marcha" no es simplemente una expresión de descontento; es un movimiento que personifica la frustración de aquellos que ven como sus sueños de una vida justa y equilibrada se desmoronan ante sus ojos. Cada paso que dan es una declaración de intenciones, un recordatorio de que el poder reside en las manos del pueblo cuando se une. Su actitud es todo menos conformista y ahí reside su virtud.
En una instancia reciente, el Gobierno prometió reformas que favorecerían a los jóvenes y las clases trabajadoras. No obstante, las promesas quedaron en papel mojado y el sentimiento de traición alentó aún más a los miembros de "Quinta Marcha". Estos ciudadanos exigen que sus voces sean escuchadas y que las políticas de patio de colegio sean reemplazadas por acciones significativas.
La realidad es clara y cruda. El descontento no es un capricho ideológico, sino un grito desgarrador por la supervivencia en una economía que favorece a unos cuantos privilegiados mientras ignora a quien sostiene el país con sus manos trabajadoras. "Quinta Marcha" debería despertar la atención de aquellos en los pasillos del poder, pero hasta ahora, la sordera del estamento político ha sido ensordecedora.
En cuanto a sus enemigos, hablo de aquellos cómodos en sus sillones, viendo la marcha desde su televisión, dando sus juicios desde una posición totalmente ajena a la realidad que vive la población general. Ellos preferirían que estas voces se apagaran. Pero mientras haya injusticia, "Quinta Marcha" seguirá resonando.
Hay quienes se esfuerzan por deslegitimar estos movimientos, pero los destinos que construyen con sus pasos son el verdadero termómetro del espíritu democrático de un país. "Quinta Marcha" no pide más de lo que merece. Es simplemente una advertencia de que las promesas huecas no llenan estómagos ni pagan facturas.