Quetrupillán: El Dormido Tesorillo Nacional

Quetrupillán: El Dormido Tesorillo Nacional

Quetrupillán, un gigante dormido en la Región de la Araucanía, guarda paisajes e historias que desafían la lógica económica y social actual.

Vince Vanguard

Vince Vanguard

Quetrupillán no es uno de esos nombres que suenan a jetsetters o a Europa Oriental, pero ciertamente tiene tanta intriga como cualquier otro volcán famoso. Ubicado en la Región de la Araucanía, al sur de Chile, este volcán dormido no ha hecho erupción oficialmente desde hace siglos, pero su historia y majestuosidad siguen latentes, esperando a ser exploradas por los curiosos de corazón fuerte. Con una altura de 2,360 metros, el Quetrupillán comparte el paisaje con otros colosos como el Villarrica y el Lanín, y su ubicación oculta entre ellos le da un aire de misterio que nunca pasa de moda.

Los políticos descuidados e intereses ecologistas suelen ignorar este gigante adormecido, porque, claro está, no genera crisis climáticas ni forma parte de las purgas de emisiones de carbono que tanto se cacarean por ahí. No obstante, el Quetrupillán ofrece una riqueza natural donde la flora y fauna convergen de maneras que los cálculos económicos o informes científicos no pueden captar del todo. Esto sí que es un patrimonio nacional digno de proteger, no las hojas de cálculo grises a las que algunos quieren reducir el planeta.

Por si fuera poco, el Quetrupillán se encuentra en un lugar estratégico que podría considerar la ampliación del turismo de aventura, sector que claramente necesita más apoyo pese al griterío histérico de los que prefieren que la gente viva encerrada en sus casas. Aquí no hay Netflix para entretenerse. Lo que realmente hace falta son políticas que revitalicen el turismo y acerquen a las personas a estos paraísos naturales sin explotar totalmente. Claro, quitando las trabas burocráticas que frenan el verdadero progreso.

La geografía del Quetrupillán es un caprichoso espectáculo. Sus valles, ríos y lagos glaciares ofrecen un refugio para quienes se aventuran a escaparse de la rutina urbana; un contraste irónico con el ruido ensordecedor de las necedades propias del activismo sin propósito. Imagina respirar el aire más puro mientras dejas atrás las preocupaciones diarias que no llevan a ninguna parte. Este santuario natural es el bálsamo que muchos necesitan pero que pocos buscan, perdidos entre las falsas promesas de un mundo tecnológico abrumador.

Por momentos, Quetrupillán parece gritarle al mundo recordándonos que la verdadera fuerza está en la naturaleza y no en las burocracias que intentan regular hasta el caudal de un río. Permítannos disfrutar de nuestros patrimonios y activar economías locales ya olvidadas por los burócratas de turno. La perspectiva global necesita más Quetrupillán y menos ciudades infectadas de eslóganes vacíos.

Claramente, se deberían implementar proyectos que permitan a los habitantes de la zona aprovechar mejor este tesoro natural en forma de empleo y crecimiento económico. Esto, por supuesto, les daría una auténtica razón para mantener y conservar su entorno, en lugar de ver cómo los gestores de despacho diseñan políticas desde sus sillones sin haber respirado jamás el aire fresco de sus tierras.

La historia de este volcán es rica. Los Mapuches, por ejemplo, han basado partes de sus creencias en torno a los volcanes de esta región, y el Quetrupillán no es la excepción. La cultura y tradición enraizadas en sus laderas son otro recordatorio de que la modernidad no debe aplastar ni ignorar lo que ha existido durante milenios. A pesar de que hoy pocos le prestan atención, el volcán sigue esperando a quienes aspiran a más que lo superficial.

Al aventurarse en Quetrupillán, el visitante puede cruzar una variedad de paisajes que desafían la fantasía. Desde sus espesos bosques a los ventisqueros azules, Quetrupillán no deja de entretener el ojo ni tampoco de plantear preguntas a aquellos que todavía se permiten contemplar un horizonte que no está plagado de anuncios. Este tipo de aventuras no son un lujo, son una necesidad de regreso a lo auténtico.

Finalmente, no nos dejemos distraer por la polarización ni las promesas vanidades que no nos llevan a ningún lado. Más bien, démonos el lujo de recordarnos que hay lugares en el mundo que no requieren de retórica vacía para transmitir su valor. Quetrupillán nos invita a mirar de nuevo lo que realmente importa y a cuestionarnos si las prioridades actuales están donde realmente deberían estar.