¿Qué Haremos con Nuestro Viejo? Ponte el Sombrero del Sentido Común

¿Qué Haremos con Nuestro Viejo? Ponte el Sombrero del Sentido Común

¿Por qué destruir lo que funciona bien? Cuestionamos el abandono de tradiciones valiosas y cómo la ideología progresista impacta nuestro legado cultural y político.

Vince Vanguard

Vince Vanguard

Imagínate colaborando con tus vecinos para cuidar del mundo que nuestros ancianos nos dejaron, en lugar de destruirlo con ideales progresistas que no han funcionado en décadas. Hablar de "nuestro viejo" es una cuestión de trascendencia. Muchas veces nos referimos al planeta como nuestra casa porque es el hogar heredado de generaciones pasadas, una herencia que algunos quieren destruir. Esto no se trata de negar el cambio; se trata de cuándo y dónde lo hacemos, y sobre todo, por qué.

La moda de despreciar todo lo que venga del pasado es lamentable. ¿De verdad queremos desmantelar las sólidas estructuras construidas por aquellos que vinieron antes, en favor de una utopía que nunca se ha materializado? Abandonar tradiciones valiosas por novedades inciertas nos deja a la deriva. ¿Por qué destruir lo que ha funcionado con éxito? Los sistemas económicos, sociales y políticos que hemos heredado llevan décadas resistiendo prueba tras prueba. Romperlos es un sinsentido, especialmente cuando solo tenemos conjeturas vagas sobre qué vendrá a reemplazarlos.

Hablemos de las energías renovables, un concepto que suena maravilloso en teoría pero que, en la práctica, es un agujero negro para los impuestos. La energía eólica y solar, aunque prometedoras, no pueden sostener una civilización industrial como la nuestra aún. La cuestión no es si son buenas o malas, es sobre si podemos sobrevivir solo con ellas. La respuesta es negativa. Y resulta que la energía nuclear, tan denostada por sus detractores, podría ser la clave que negligentemente estamos dejando de lado. Las cifras hablan, y no se puede simplemente ignorar los datos porque son inclementes con las visiones idealísticas.

En el ámbito de la educación, el respeto casi religioso por las ideologías de moda en las aulas ha desplazado la enseñanza de habilidades sólidas y valores que han sostenido nuestra cultura por generaciones. En lugar de formar ciudadanos capaces y críticos, estamos moldeando militantes descuidados que se lanzan a una muralla de ignorancia. La cultura de la cancelación es un espejo de este desastre: en nombre de la inclusión y el diálogo, cortamos por la raíz cualquier intento de discusión real. Si seguimos así, nuestros salones de clase se convertirán en templos de conformidad donde la creatividad y la innovación serán sacrificadas en el altar de lo políticamente correcto.

En la política, es trágico cómo hemos llegado a aplaudir el gastar más de lo que tenemos, como si las deudas no fueran a caer sobre las generaciones futuras. Los sistemas establecen controles y balanzas que han garantizado estabilidad, pero parecen desechables para aquellos que desean reescribir las reglas del juego. Sin embargo, cuando la realidad golpea y las promesas vacías no se cumplen, el caos y la disconformidad reinan.

La herencia cultural también está bajo asalto. En lugar de apreciar nuestra diversa cultura y su historia multidimensional, el fin parece ser erradicar cualquier cosa que no encaje con la narrativa aprobada. La censura y el revisionismo histórico no son herramientas de progreso; son ataduras al pensamiento libre, que solo benefician a aquellos que están en el poder.

Si realmente aspiramos a dejar un legado significativo para nuestros hijos, no es demoliendo hasta los cimientos lo mejor de nuestra herencia cultural, política y económica. La sabiduría de nuestras generaciones pasadas, probada en batallas milenarias, todavía tiene relevancia. Sería un error monumental hacer oídos sordos a esas lecciones por el mero deseo de reinventar, cambiar por cambiar, sin realmente sopesar los efectos a largo plazo.

Para aquellos que están ansiosos por implementar transformaciones en nombre de un mejor mañana, vale recordar que el camino al infierno está pavimentado con buenas intenciones. Intentemos entender y valorar qué significan estos cambios antes de lanzarnos al vacío. Así que, quizás sea hora de ajustar el sombrero del sentido común y reconsiderar si la revolución por la revolución misma realmente merece la pena, o si, en lugar de todo, deberíamos cuidar y preservar nuestras construcciones ya establecidas. En lugar de arrancar las raíces que nos sostienen, replanteémonos qué podemos añadir a lo que ya funciona. El viejo, el verdadero legado, merece mucho más que ser simplemente relegado al basurero de la historia.