¿Qué tienen en común las quietas colinas de Inglaterra y una historia que desafía la corrección política moderna? Tal vez el Priorato de Nunkeeling, un monumento situado en Yorkshire del Este, que fue fundado por William le Gros en el siglo XII como un refugio para las monjas benedictinas. Imagina una época en la que no existían redes sociales para administrar la moral pública: las acciones hablaban más fuerte que las palabras, y el poder de la religión católica estaba en su apogeo.
Este priorato nació en 1150, y durante siglos fue un santuario de fe, oración y, probablemente, alguno que otro buen escándalo digno de la Edad Media. Fue un reflejo de una época donde la nobleza y la Iglesia tenían, para bien o para mal, la sartén por el mango y podían decidirlo todo. Para algunos es símbolo de sumisión femenina y dominio patriarcal; para otros, una parte fundamental del tejido histórico que no debería ser ignorada ni movida dos centímetros de su trono.
Nunkeeling no era simplemente un convento de paredes frías donde las monjas vivían aisladas del resto del mundo. Este priorato fue un influyente centro de poder y economía local. Estos centros religiosos actuaban como un bastión del conocimiento, algo que a muchos les encanta pasar por alto a favor de narrativas más compasivas y 'progresistas'. Las monjas cultivaban su tierra y administraban su comunidad, por lo que ignorar su agencia y capacidad sería descabellado. ¡Hablemos de independencia femenina genuina!
El poder de Nunkeeling duró hasta la Disolución de los Monasterios, ordenada por el Rey Enrique VIII en el siglo XVI, que se tradujo en el cierre de conventos por toda Inglaterra. Es irónico que un acto de desacato a la autoridad papal culminara en la destrucción de una forma de vida que hoy podríamos considerar ‘liberal’. Los activos del priorato fueron vendidos y repartidos entre los favorecidos por la Corona. Tal vez haya aquí una lección sobre la confianza ciega en el poder estatal que tanto predican, como si la opresión sistémica fuera un misterio resuelto gracias a las nuevas mentes brillantes.
Ahora en ruinas, el Priorato de Nunkeeling sigue siendo un recordatorio tangible de una época dorada donde la religión tenía tanto peso como la política. Muchos visitantes sienten la historia resonar a través de su estructura antigua. Las ruinas se encuentran en un humilde campo inglés y no por ello capturan menos atención. Algunos sostienen que su decadencia ilustra los horrores de una época pasada y reprimida, pero la otra cara de la moneda pinta una imagen del equilibrio entre deber religioso y social. En otras palabras, la fe era considerada un pilar fundamental del bienestar social. Los turistas que recorren sus ruinas no pueden evitar reflexionar sobre cómo algo que fue tan encomiable pueda ser menospreciado en el discurso contemporáneo.
Uno podría interpretar su destrucción como una manifestación de liberación religiosa, o quizá como el camino a una falta de anclajes morales que algunos abogan por desterrar. Después de todo, a menudo hablamos de las 'libertades' del mundo moderno sin reconocer que esas mismas libertades muchas veces nacen de movimientos religiosos. Y, sin embargo, estas libertades nos cohíben de dar al crédito histórico que algunos agentes callados merecen.
A medida que el Priorato de Nunkeeling se desmorona lentamente, corre el riesgo de ser olvidado o, peor, ser recordado de manera equivocada. La irreverente anulación del pasado mantiene viva la pregunta: ¿deberíamos aprender de la historia para prosperar, o suprimirla en nombre de un nuevo orden mundial? Increíblemente, la preservación juega a favor de aquellos que buscan encontrar verdad en las disparidades, pero eso estorba a quienes prefieren reescribir los pasajes más incómodos.
Así que, mientras las aguas del debate cultural continuan fluyendo turbulentas, podríamos atrevernos a visitar lugares como el Priorato de Nunkeeling. Es más que simplemente un sitio histórico para selfies. Representa una oportunidad de ver un pasado no tan claro como nos pintan; ignorarlo sería ir contra la lógica de un tiempo que muchos aún defienden como base de civilización. Para algunas mentes, es mejor seguir predicando sobre un futuro ideal. Para otras en cambio, es primordial entender un pasado simple, aunque incómodo, y usarlo para influir en nuestra orientación moral actual. Ignoren estos argumentos si quieren, pero el deber es estudiar la historia—completa—y no simplemente aquellas partes que encajan con una narrativa de moda.