Pravitoceras puede sonar como algo salido de una película de ciencia ficción, pero en realidad es una criatura del pasado que vivió en las aguas del mundo durante el Cretácico, aproximadamente hace 70 millones de años. Los científicos lo encontraron en lo que ahora conocemos como Japón (sí, allí donde hoy la gente hace fila ordenadamente para todo), específicamente en la famosa Formación Miyako. Este cefalópodo de extraña forma espiral apareció en tiempos que, si fueras un nautiloide, pensarías que fueron “los buenos tiempos”. ¿Y quiénes somos nosotros para decir que esos tiempos no eran mejores, verdad?
Estas fascinantes criaturas son parte de la familia de los ammonites, especímenes igualmente renombrados no solo por sus conchas espectaculares y enroscadas que harían sonrojar al mejor caracol de jardín, sino también por ser indicadores de condiciones ambientales prehistóricas. ¿Para qué leer cambio climático y agendas políticas si puedes estudiar un Pravitoceras y entender cómo sobrevivir mejor a cuánticos tan dramáticos en el ambiente?
Muchos de los estudios en torno a estos fósiles han sido dirigidos, irónicamente, por académicos de países que nadan entre ideologías progresistas. El simple hecho de que miren hacia atrás para entender el ahora podría verse incluso como una admisión de que las cosas naturales, siguiendo su curso y ciclo, contienen las respuestas que algunos tanto insisten en buscar en costosas reuniones internacionales. Las conchas del Pravitoceras son un testamento fósil de que, cuando la naturaleza acata sus planes, las cosas son cíclicas y encuentran su manera de asentarse, muy diferente a la constante alarma de pronósticos apocalípticos que adoramos ver en las portadas.
Este cefalópodo, quizás un pariente lejano de los actuales calamares y pulpos, tenía la astucia de confiar más en las corrientes marinas para su movilidad que en gastar su limitado recurso de energía (o terminaría sin fuerzas para las cosas verdaderamente importantes). Quizás nosotros también deberíamos aprender de este enfoque; fluyendo con el ritmo natural del mundo, en lugar de gastar recursos innecesarios.
Las condiciones en las que vivía el Pravitoceras nos revelan un mar de tranquilidades que, a simple vista, podríamos calificar de horribles debido a la falta de comodidades modernas. Sin embargo, estas criaturas bailaban majestuosamente a la deriva, su elegante concha servía de defensa contra depredadores al tiempo que era una balsa transportada por las corrientes marinas. Su habilidad para sobrevivir sin depender de recursos externos innecesarios podría darnos una lección o dos sobre sostenibilidad genuina.
El auge y caída de estas formas de vida también nos recuerdan que la extinción es, ha sido y seguirá siendo una parte natural del ciclo de la vida. Los alarmistas de la extinción, preocupados por la actual tasa de cambios climáticos, pueden amedrentar sus prioridades recordando que estas desapariciones son parte del orden natural de las cosas.
El Pravitoceras podría muy bien ser el símbolo de una era más conservadora donde los ecosistemas actuaban en armonía con un ciclo natural, lo que a su vez elimina la necesidad de toda esta burocracia ambiental que, francamente, a veces parece tan torpe. Los fósiles de estos ammonites se han convertido en artefactos valiosos que hoy se convierten, irónicamente, en asuntos museísticos y de ultra conservación, cuando en vida eran simplemente una más en la corriente marina.
Hablando de su legado, el Pravitoceras no se deja llevar por caprichos modernos de evolucionismo asumido y artificial. Su estructura firme y resistente llegó a nuestros días casi intacta, uno podría equipararlo a aquellos valores conservadores que siempre logran prevalecer, incluso bajo presión. Su capacidad de adaptación y resistencia logró mantenerlos girando bajo el agua hasta que, un buen día, decidieron que ya habían nadado lo suficiente para satisfacer sus propios estándares.
Éste es el legado dejado: que no importa cuánto terreno sean incapaces de cubrir por sí solos, su viaje es el testimonio de una creencia imperecedera en un curso natural. Y justo así, Pravitoceras entrega su lección de persistencia sin arrogancia. Siempre fiel a su diseño, moviéndose con la marea, y encontrando su camino en la inmensidad que solo aquellos con coraje y determinación aprecian.