Las Increíbles Meteduras de Pata del Metro de la Segunda Avenida

Las Increíbles Meteduras de Pata del Metro de la Segunda Avenida

El Metro de la Segunda Avenida es un testamento a la ineficacia política, un proyecto eternamente retrasado en Nueva York, que se prometió hace más de un siglo pero apenas se ha materializado.

Vince Vanguard

Vince Vanguard

Si quieres escuchar una historia más enrevesada y frustrante que una novela de misterio, no busques más: el Metro de la Segunda Avenida en Nueva York ha sido una saga interminable de promesas incumplidas y planes sin realizar. Desde sus humildes comienzos hasta su actual 'avance' parcial, este proyecto es un testamento desafortunado a cómo las buenas intenciones pueden tropezar, o más bien estrellarse, con la realidad cuando la burocracia se convierte en el piloto automático.

¿Quiénes están detrás de este espectáculo de indecisión? La Autoridad Metropolitana de Transporte (MTA), respaldada por políticos que prometen grandes visiones de progreso urbano. ¿Qué es este proyecto, te preguntas? Es, o al menos era, un ambicioso plan para crear una nueva línea de metro a lo largo del East Side de Manhattan, inicialmente propuesto en 1920. Sí, leíste bien, 1920. Como una película que nunca llega a su estreno, la construcción del Metro de la Segunda Avenida ha sido postergada, rediseñada y recortada innumerables veces.

El primer segmento de la tan esperada línea solo se completó en diciembre de 2016, un pequeño festín de tres estaciones en medio del desierto transportario que debería haber sido una autopista de acero de 13 kilómetros desde Harlem hasta el distrito de negocios del Bajo Manhattan. ¿Por qué ha resultado en una especie de Elefante Blanco y no en el logro brillante prometido? Porque hacerlo bien difícilmente compite con hacerlo barato y rápido en el mundo de la política, donde las promesas se hacen para la próxima elección, no para el próximo siglo.

Y ahí están las alternativas que nunca vieron la luz. Ideas que, en teoría, habrían aliviado el tráfico humano del perpetuamente sobrecargado Subway del East Side. Los planes incluían líneas que se bifurcaban más allá del circuito Manhattan, tratando de conectar los barrios marginados que siguen clamando por servicios dignos. ¿Qué pasó con eso? Simple, los fondos menguaron o se evaporaron por completo hasta que quedó claro que Nueva York no podía permitirse el lujo de soñar en grande.

La conjetura sobre estos planes fallidos deja bastante que desear. Se discutieron variantes que recorrerían Queens y Brooklyn, pero las peleas internas y la falta de liderazgo claro las enterraron antes de tener una oportunidad legítima. Después de todo, ¿quién busca gastar más cuando los políticos pueden continuar repartiendo lo que se destina a la acción en panfletos coloridos y elecciones sonrientes?

Por supuesto, cada retraso viene con sus excusas bien empaquetadas. Dificultades imprevistas en la excavación, presupuestos que se revuelcan en números rojos, y el caos natural de Manhattan justo al borde de cada zanja. Cualquiera que haya vivido la construcción de una megaobra de infraestructura en esta famosa isla sabrá que nada es tan simple como parece, pero las excusas no resuelven la urgencia constante de los commuters que ocupan un incómodo segundo lugar detrás de todo tipo de intereses políticos y económicos.

Menos que un cuento de advertencia, el Metro de la Segunda Avenida es un síntoma de enfermedad crónica que padece la administración pública. Esto de hacer de todo menos concretar. En una competencia de recursos mal distribuidos y prioridades desplazadas, es un dolor de cabeza que hace que uno se pregunte si valdría la pena dejar a la lógica detrás y simplemente probar suerte con un furgón de taxis.

Recuerda, cuando se trata de planear grandes cosas, las prioridades deberían ser tan sólidas como el acero. Pero en esta historia, parece que los transbordadores de vapor todavía tendrían mejor suerte desplazándose por la ciudad. A fin de cuentas, esta construcción interminable es como un recordatorio de por qué se necesita un cambio: uno que deje atrás las excusas y el juego político para favorecer un futuro más conectado para cada ciudadano. Aquí no estamos hablando de un capricho, sino de algo que hace mucho tiempo dejó de ser opcional. Necesitamos acción, no distracción.