Péter Szalay, una figura destacada en el ámbito jurídico, es el tipo de persona que, si no te hace pensar, al menos te hará levantar una ceja. Este jurista húngaro llegó para sacudir las bases del entendimiento liberal de los derechos humanos con su firme apego a valores conservadores. Formado en la Universidad Eötvös Loránd, Szalay ha estado activo principalmente en Budapest, desde donde lanza sus ideas al mundo. Pero ¿por qué se ha convertido en un referente para algunos y una piedra en el zapato para otros? La respuesta es sencilla: Szalay no teme desafiar la corrección política y poner en cuestión las sagradas escrituras del progresismo moderno.
En un ambiente donde el término "derechos humanos" se saca a relucir con una frecuencia tan alta que casi ha perdido su significado, Szalay se planta con una interpretación más conservadora. No es un secreto que el jurista ve en los valores tradicionales un baluarte para la sociedad. Pero ¿cuándo se atrevió a levantar la voz? A lo largo de la última década, Szalay se ha pronunciado en conferencias y ha publicado ensayos que incitan al análisis profundo de estos temas. Este enfoque, claro está, hace que le lluevan críticas de aquellos que prefieren una interpretación más flexible y políticamente correcta.
Los derechos humanos desde la óptica de Szalay no son un cheque en blanco ni una excusa para desmantelar los cimientos sobre los que se erige la sociedad. En una era donde la palabra "progreso" se agita como una bandera revolucionaria, él recuerda que el cambio por el cambio mismo no siempre es un mejoramiento. Mientras muchos celebran la rápida expansión de categorías de derechos, Szalay se pregunta si es sabio seguir esa senda sin cuestionar a dónde conduce.
Pero vayamos más allá de las generalidades. Entre los temas que más peso han tenido en su carrera está el derecho a la libertad de expresión. No es que Szalay crea que debe ser ilimitado, sino que debe ser ejercido con responsabilidad, algo que parece haberse olvidado en el fragor de las redes sociales. Asimismo, considera que la familia es el núcleo esencial que, sorprendentemente, algunos quieren redefinir para adaptarse al capricho de las agendas ideológicas. Solo con ver algunos de los debates promovidos por Szalay, uno se da cuenta que no compite por likes, sino porque sus palabras resuenen en los corazones de aquellos que valoran una sociedad organizada y respetuosa de los principios fundamentales.
En cuanto a la soberanía estatal, Szalay se alza como defensor. A menudo critica la idea de ceder poder a entidades supranacionales que tanto gustan a cierto sector. Entiende que, si bien la cooperación internacional es importante, esta no debería anular la capacidad de una nación de autogobernarse. Se dirá que es un pensamiento anticuado, pero Szalay prefiere pensar que es una cuestión de supervivencia política y cultural para las naciones.
Por supuesto, estos puntos de vista lehan ganado detractores. Su oposición a la corriente dominante de derechos cada vez más inclusivos y su escepticismo ante el multiculturalismo desenfrenado, lo colocan en una lista negra de muchas plataformas progresistas. Algunos incluso lo tildan de reaccionario, aunque sería más justo llamarlo un viejo sabio en estos tiempos de candidez.
Las mujeres y la igualdad de género son otro tema donde Szalay ha alzado su voz. Algunos critican que su enfoque no se ajuste a los estándares actuales, puesto que prefiere centrarse en la igualdad de oportunidades más que en imponer resultados idénticos. ¿Suena retrógrado? Para algunos, quizás. Para quienes se preocupan más por la competencia y el crecimiento personal, es pura lógica.
Así que aquí estamos, ante Péter Szalay, un jurista que no se amedrenta ante las olas del pensamiento popular. Al contrario, navega contracorriente, proponiendo que el cambio debe ser no solo deseable sino necesario y fundamentado. Ese tipo de valentía intelectual no es común en estos días, y esa es razón suficiente para seguir escuchando lo que tiene que decir.