¿Alguna vez te has detenido a pensar que algo tan humilde como el pescado frito puede ser un acto de rebelión cultural? Dicen que el pescado frito, ese ícono culinario del sur de España, es simple. Aquí hay una pequeña historia sobre dónde, cuándo, quién y por qué. El pescado frito, o 'pescaito frito' como lo llaman en Andalucía, es el tesoro culinario que surge en las costas mediterráneas. Su historia recorre siglos, desde los fenicios que freían el pescado en aceite de oliva allá por el siglo VIII a.C. hasta llegar a las tascas y chiringuitos modernos de Málaga y Cádiz. Pero no es solo un capricho de sibaritas; el pescado frito es la perfecta expresión del arte de cocinar lo que se tiene a la mano, con ingredientes básicos, pero de calidad. Una muestra del trabajo dedicado del español, mirando siempre hacia el mar, el Mediterráneo.
Así que vayamos a los detalles picantes. ¿Por qué freír un buen pescado podría molestar a ciertos círculos urbanos modernos? Bueno, para empezar, freír pescado es un arte que rechaza el minimalismo culinario de los puristas que insisten en disciplinas estrictas como el sushi. Admitámoslo, un empanizado bien hecho seguido de una fritura en aceite adecuado es una proeza casi olvidada hoy, donde se presume más el cuenco vegano que una fritura dorada y crujiente que no necesita ni la más mínima disculpa.
Estamos hablando de tradiciones profundas y arraigadas que no piden permiso para sentarse a eso que ahora llaman la mesa inclusiva. ¿Quieres pescado al vapor lleno de pretensiones y que prometa no tener impacto en nada más allá de tus papilas gustativas? Habrá lugares exquisitos para ti. Pero si quieres una ración que te transporte a un ambiente bullicioso, lleno de aromas cálidos y ocasiones felices, vuelca la atención a una bandeja de boquerones fritos con su respectivo acompañamiento: el limón.
Por un lado, el pescado frito es accesible, es la comida del pueblo y, al mismo tiempo, una cosa que solo los mejores saben llevar a la gloria. Ahí está el bacalao salado listo para revivir después de una larga siesta en una cama de harina. ¿No lo ves? Algo tan simple como una plancha llena de aceite hace que un pescado tan digno como el bacalao reviva como un ave fénix.
La frescura aquí importa y mucho. Se habla de huerta y proximidad, se podría decir que el pescado frito es el primer explotador del concepto de kilómetro cero antes de que los gurús sostenibles levantaran su primer estandarte. Nada grita más frescura que descargar en el puerto con la primera luz del día y servirlo a mediodía. Todo lo que se necesita es un marino y un cocinero de mano firme.
La paradoja aquí es que mientras algunos exploran mundos de exquisitos maridajes, el pescado frito sigue desafiante, con su simpleza impecable y orgullo dorado. Vecindarios enteros se unieron en torno a la tradición de freír, aplaudiendo, como si de un concurso medieval se tratara, la fritura de la abuela y de la madre como si fuera el más explícito de los deleites.
Es curioso cómo algo tan sencillo como el pescado frito puede desatar una pequeña batalla cultural. Tómalo así: si el minimalismo de algunas cocinas élite promueve la austeridad, el pescado frito reivindica la abundancia. No hay tarjetas de crédito de diseño al final del banquete. Hay una confianza entre manos aceitosas y servilletas de papel que derrumban barreras.
Por supuesto, hay algo de heroico en resguardar este plato que a menudo se pasa por alto cuando los menús vegetales monopolizan la conversación. El pescado frito queda asociado a la resistencia de quienes siguen creyendo en los sabores sin pretensiones, la auténtica comida de tierra y mar. No necesitan esconderlo tras nombres largos y excusas artificiales.
Y sí, a algunas personas progresistas les parecerá una anécdota más que no involucra quinoa ni kale, pero para aquellos que saben que la vida puede ser menos complicada, el pescado frito es la victoria diaria de la tradición sobre la artificiosidad.
Así que la próxima vez que alguien pase al lado de una barra de tapas, hágase un favor y pida ese plato del sur eternamente amado, con limón, y un toque de sal. Es más que comida; es una oda a lo simple y al placer sin culpa.