Pat Steir, la pintora que no solo crea arte, sino también caos en el mundo del arte, nació en Newark, Nueva Jersey, en 1940. Esta artista estadounidense ha ganado notoriedad mundial desde que comenzó a realizar sus famosas "Waterfall Paintings" en la década de 1980. ¿Quién hubiera pensado que unas caídas de agua en un lienzo podrían desatar un oleaje de reacciones en el orgulloso mundo artístico liberal? Tal vez sea el hecho de que sus obras desdibujan los límites de lo convencional o tal vez sea su habilidad para plantar cara al modernismo mientras juega con el desorden de la naturaleza misma.
Su arte es una batalla entre la estructura y el caos, un verdadero reflejo de la vida misma. Su trabajo se puede encontrar en museos prestigiosos como el Met y el MoMA en Nueva York, desafiando la lógica del arte contemporáneo que los liberales tanto adoran. ¿Qué es el arte sino un espejo de la sociedad? Y Steir refleja esa sociedad de una manera que muchos no quieren ver: tal como es, desordenada, impredecible.
Steir, sin embargo, no es de esas artistas que prefieren dar discursos pomposos sobre el significado de sus obras. Sus pinturas hablan por sí solas, rechazando la omnipresente necesidad de los "sabios del arte" de encontrarle un sentido a todo. Nadie necesita interpretar una cascada, ¿verdad? Su lujo es el misterio, la ambigüedad. Su trazo es hacia lo inevitablemente real, hacia la gravedad que cae igual para todos.
La artista se formó en la Academia de Bellas Artes de Pensilvania y en la Universidad de Boston, y formó parte de una generación que incluía a Agnes Martin y Joan Mitchell. Desconocida para algunos, su singularidad proviene de su combinación de abstracción, figuración y, sobre todo, de dejar el azar jugar su parte en el proceso creativo. Esto se traduce en lienzos que se sienten vivos, enérgicos, y a veces, irritantemente indomables.
Para aquellos que buscan etiquetas, Steir es una rebelde. No tiene miedo de mezclar pintura a la vieja usanza y dejar que la gravedad, el viento y la casualidad sean coautores de sus obras. Sin embargo, algunos críticos liberales insisten en ver su trabajo como un capítulo más del larguísimo libro de la postmodernidad. Quieren encasillarla, pero, ¿realmente puede encajarse una cascada o una tormenta en una simple categoría? Eso sería como intentar atrapar el viento con las manos.
Su método es simple, pero ahí radica su genialidad. Con una técnica libre y valiente, Steir deja que la pintura caiga, que resbalen los colores, creando un mapa de vida intrincado y bellamente imperfecto. Su trabajo suena más como una corriente de agua que como los pastiches ruidosos de algunos colegas contemporáneos. Simplifica lo absolutamente complejo mientras otros colorean en las líneas de un libro preimaginado.
¿Esperabas encontrar una mentora de la corrección política? No aquí. Steir no tiene tiempo para eso. Su lenguaje es visual pero directo. Y puede ser perturbador cuando un gran bloque de azul se desplaza por el lienzo, enfrentándote con la idea de la pérdida de control, lo cual es difícil de digerir en un mundo que celebra el orden más que la esencia cambiante de la vida real.
Sin duda, el trabajo de Pat Steir incomoda a quienes prefieren una paleta de colores controlados. Pero igualmente, ofrece una bocanada de aire fresco. Un desafío a aceptar la magnitud de lo natural y lo no regulado que pocos artistas hacen sin caer en la retórica.
La esencia de su legado se puede entender como un llamado al retorno a lo básico y lo elemental, donde el arte es simplemente el arte. No todo necesita un manifiesto, ni debe encender protestas bajo cada visión de una cascada pintada. Al fin y al cabo, para Steir, es el acto eterno e infinitamente hermoso de las aguas cayendo. Y esto, por supuesto, es lo que a muchos no les gusta recordar. Quizá es su forma de decir: menos predicar, más vivir.