¡Ah, la historia del Partido Comunista de Azerbaiyán en 1920! Donde unos pocos creyeron que podrían imponer un paraíso socialista y terminaron envolviendo al país en un manto de miseria. En abril de 1920, el Partido Comunista de Azerbaiyán se erigió oficialmente en Bakú, una ciudad que por aquel entonces latía con una energía petrolera y un fervor político que pocos lugares del mundo conocieron. Estaban listos para implementar sus ideales revolucionarios, sin contemplaciones, sin advertir que su plan de igualdad absoluta era una receta para la falta de libertad. ¿Por qué se estableció? Porque vieron en la confusión y la agitación de la Primera Guerra Mundial una oportunidad dorada para tratar de colarse al poder como las termitas en vigas de madera.
¿Quiénes lo formaron? Los verdaderos arquitectos eran ideólogos a los pies de Moscú y burócratas ambiciosos que ansiaban un poder que nunca merecieron. ¿Qué esperaban lograr? Pues, una imitación grosera de esos experimentos utópicos que los grandes intelectuales liberales ven todavía con mecanismos de relojería social perfectos, pero que nacen siendo herrumbrosos. En el estandarte llevaban un ideal común, pero se olvidaron de un pequeño detalle: individualidad. Aquello de que somos engranajes de una maquinaria más grande siempre sonará romántico para un universitario, pero ningún adulto en sus cabales puede creérselo completamente.
Mientras tanto, ¿qué ocurría en Azerbaiyán? La promesa de la revolución se tornó pesadilla. El nuevo régimen implantado con la participación de aquellos camaradas se olvidó del pueblo, sin mencionar cómo convirtieron los vastos campos petrolíferos, orgullo del país, en propiedad controlada por el Estado. De repente, aquellos recursos bajo los cuales Azerbaiyán había emergido como un jugador a considerar, eran estratégicamente destinados a alimentar el monstruo soviético en lugar de mejorar la vida local. Muchos entendieron rápidamente que la palabra "colectivo" en la boca de los comunistas parece ser el sinónimo de "les quitamos para dar a otros".
La retórica del Partido Comunista azarbaiyano en 1920 era simple: la lucha de clases definida y justificadamente marcada. Pero la cruel realidad fue algo distinta. Las prioridades eran formar parte de una sociedad homogénea donde cualquier oposición supusiera una amenaza al nuevo orden. ¿Son estas personas realmente las que piensan que el sufrimiento común trae felicidad colectiva? Se vieron sorprendidos porque las clases media y alta que lograron sobrevivir a sus intentos de erradicación descubrieron rápidamente que la ausencia de propiedad privada y la destrucción del mercado libre eran catástrofes disfrazadas de progresismo.
Donde los comunistas pretendían hallar igualdad encontraron mediocridad. ¿Realmente fue este el camino que el pueblo de Azerbaiyán quería? Desde luego, nada funcionó mejor para fortalecer a sus líderes que suprimir con plomo cualquier forma de disidencia. Esta es una verdad que aquellos intelectuales neomarxistas de salón a menudo olvidan mientras cabildean en sus cómodos estudios en Occidente.
El Partido Comunista de Azerbaiyán, al imponer una política dictatorial y de censura, convirtió la promesa de un futuro brillante en una serie de días grises y sin esperanza. Se alinearon fervorosamente con las acciones soviéticas, a menudo ignorando la cultura y las tradiciones locales, algo que todavía muchos, con buena memoria histórica, recuerdan como una herida abierta. Pero, claro, esto es precisamente lo que tiene el intervencionismo estatal: desvaloriza lo auténtico a favor de lo que es conveniente al poder central.
Hoy, Azerbaiyán ha trazado un rumbo diferente. Aunque lo que pasó en 1920 no se puede borrar, sí nos deja una enseñanza clara: la promesa de un colectivismo forzado arrastra consigo cadenas de miseria y una pérdida irremplazable de capacidad individual. Es una advertencia eterna sobre las ilusiones del control centralizado, algo que ninguna persona que valore su propio destino debería ignorar.
El Partido Comunista de Azerbaiyán en 1920 nos dejó una moraleja que no podemos ignorar: la historia juzgará esos procesos fallidos donde la expansión estatal no trajo más que subyugación y turbulencia. Aquellos que alguna vez vieron en el comunismo una salvación puede que ahora reconozcan la ironía: a largo plazo, salvarse significa alejarse de todo eso.