La Farsa de la Moralidad Progresista

La Farsa de la Moralidad Progresista

Vince Vanguard

Vince Vanguard

La Farsa de la Moralidad Progresista

En un mundo donde la hipocresía parece ser la norma, los progresistas han logrado convertir la moralidad en un espectáculo de circo. En Estados Unidos, desde la llegada de la administración actual en 2021, hemos visto cómo la izquierda ha intentado imponer su visión moral en cada rincón de la sociedad, desde las aulas hasta las redes sociales. ¿Por qué? Porque creen que tienen el monopolio de lo que es correcto y justo, y no dudarán en señalar con el dedo a cualquiera que se atreva a cuestionar su dogma.

Primero, hablemos de la obsesión por la corrección política. Los progresistas han creado un ambiente donde cualquier palabra o acción puede ser considerada ofensiva. Han convertido el lenguaje en un campo minado, donde una palabra mal elegida puede destruir carreras y reputaciones. ¿Quién decide qué es ofensivo? Ellos, por supuesto. Y si no estás de acuerdo, prepárate para ser cancelado.

Luego está el tema de la justicia social. Los progresistas han adoptado la bandera de la igualdad, pero su versión de igualdad es más bien una igualdad de resultados, no de oportunidades. Quieren redistribuir la riqueza, no porque sea justo, sino porque creen que es su deber moral. Pero, ¿qué hay de aquellos que han trabajado duro para lograr el éxito? Para ellos, no hay compasión. El éxito es visto como un pecado, y la riqueza, como algo que debe ser compartido, les guste o no.

La educación es otro campo de batalla. Las escuelas se han convertido en centros de adoctrinamiento donde se enseña a los niños a sentirse culpables por su historia y su identidad. La historia se reescribe para encajar en la narrativa progresista, y cualquier intento de cuestionar esta versión es rápidamente silenciado. Los padres que se atreven a oponerse son etiquetados como retrógrados o incluso como amenazas.

La cultura de la cancelación es quizás el arma más poderosa en el arsenal progresista. Cualquiera que se atreva a expresar una opinión contraria es rápidamente atacado y silenciado. Las plataformas de redes sociales, en su mayoría controladas por la izquierda, se han convertido en tribunales donde se juzga y condena a los disidentes. La libertad de expresión, un pilar de la democracia, está siendo erosionada en nombre de una supuesta moralidad superior.

El medio ambiente es otro tema donde los progresistas han impuesto su moralidad. La lucha contra el cambio climático se ha convertido en una cruzada religiosa, donde cualquier desacuerdo es visto como herejía. Las políticas verdes, aunque bien intencionadas, a menudo ignoran las realidades económicas y las necesidades de las personas comunes. Pero eso no importa, porque para ellos, el fin justifica los medios.

La inmigración es otro ejemplo de la moralidad progresista en acción. Abogan por fronteras abiertas y políticas de inmigración laxas, sin considerar las consecuencias para la seguridad y la economía. Para ellos, cualquier intento de controlar la inmigración es visto como xenofobia. Pero, ¿quién paga el precio de estas políticas? Los ciudadanos comunes, que ven cómo sus comunidades cambian sin tener voz en el asunto.

Finalmente, está la cuestión de la identidad de género. Los progresistas han llevado el debate a extremos ridículos, donde la biología es ignorada en favor de una ideología que desafía la lógica. Las mujeres, que han luchado durante décadas por la igualdad, ahora ven cómo sus espacios y derechos son invadidos en nombre de una inclusión mal entendida.

La moralidad progresista no es más que una farsa. Es un juego de poder disfrazado de virtud, donde el objetivo es controlar el discurso y silenciar a los opositores. En lugar de unir, divide. En lugar de construir, destruye. Y mientras continúe este espectáculo, la verdadera moralidad seguirá siendo una víctima más en el altar de la corrección política.