Prepárense para una lectura que sacudirá más de una silla: “Muriendo y Cayendo”, una obra de teatro provocadora que está haciendo a muchas personas torcer actuaciones de cejas por toda España y América Latina. Arranquemos reconociendo que el autor más comentado estos días es Fernando Arrabal, quien desde que la escribió sigue poniendo a prueba la fortaleza de las sensibilidades políticas de más de uno. Estrenada en 1973, en Buenos Aires primero y después en Madrid, su mirada crítica y despiadada ha causado gran revuelo allí donde llegó a los escenarios.
Tiene lugar en un paisaje desolador, donde las máscaras de ideologías políticas caen al suelo como en un juego infructuoso de escondite y los personajes —terriblemente humanos— mueren, tanto física como espiritualmente, en su afán por hallar un sentido que tal vez nunca llegue. Sin filtros, ni uno solo. El impactante título delata ya la crítica explícita hacia una humanidad que no encuentra el camino: muriendo por dentro y cayendo a cada paso.
El detonante de la obra, y por qué no decirlo, la verdadera joya en la corona de Arrabal, es su capacidad para desnudar la hipocresía en los discursos edulcorados que empapan lo cotidiano. Aquí no hay lugar para sentimentalismos ingenuos ni para parodias tolerantes; el autor lanza sus críticas hacia las ideologías que han fallado una y otra vez en el intento de ofrecer un mundo mejor. “Demasiadas promesas, pocas acciones reales”, pareciera gritar cada línea de diálogo.
Lo que a muchos molesta es que Arrabal no está dispuesto a maquillar ni suavizar la realidad que observa. En lugar de caer en la trampa del pensamiento complaciente, retrata de manera brutal aquellas ideologías que prometieron igualdad y terminaron siendo igual de opresoras que aquellas que tanto criticaron. No es de extrañar que los progresistas que no toleran la crítica mordaz salten inmediatamente a condenar su enfoque tan directo.
La obra no es solo una simple crítica, sino también un llamado a la reflexión sobre cómo aquellas utopías pensadas para salvarnos, en verdad, nos han llevado hacia una decadencia personal y colectiva. Arrabal, con una mirada que muchos preferirían ignorar, apunta hacia los excesos y abusos del poder, de un lado y del otro, dejando claro que el verdadero problema reside en aquellos que buscan imponer su “verdad” como la única solución válida.
¿Qué la hace tan inusualmente efectiva? Sin duda, su rechazo a las medias tintas y su habilidad para exponer la distorsión de valores bajo la bandera del bien común. La obra invita a despertar a una sociedad que va muriendo lentamente al aceptar promesas vacías, modelos teóricos que nunca aterrizan y discursos llenos de palabras bonitas pero vacías de contenido real.
Una de las críticas más hirientes de “Muriendo y Cayendo” es su mirada implacable sobre lo que se anuncia como moral superior. En un juego de espejos, refleja cómo ideologías de cualquier espectro, en realidad, llevan al ser humano hacia un ciclo repetitivo de caídas y errores. La esencia de sus párrafos es clara: esconderse tras discursos moralmente elevados solo perpetúa el engaño y valida la perpetua discapacidad de caminar hacia un futuro auténtico.
La misma estructura de la obra, llena de símbolos y metáforas, nos muestra un universo ondeante que provoca en el espectador una profunda reflexión sobre nuestra realidad actual. Lejos de la corrección política que buscas emociones amortiguadas, Arrabal quiere que el espectador experimente un torbellino de sensaciones, un vendaval de ideas que desafíe lo que se acepta sin cuestionar.
Al final del día, lo que aterrorizante para un segmento particular de la audiencia es la habilidad de Arrabal para arrebatar el consuelo que podia encontrarse en creencias asumidas e incuestionables. “Muriendo y Cayendo” sigue siendo un ceremonial incómodo, lanzando su afrenta al fingido puritanismo y al utopio idealista que se niega a reconocer las sombras que le acompañan.
Para cualquier amante de la verdad cruda y la refracción sin censura de las actuales dinámicas humanas, “Muriendo y Cayendo” no es solo una obra de teatro; es una experiencia en sí misma—implacable en su honradez, audaz en su crítica y tan intensamente relevante hoy como lo fue el día de su creación. Sin decir una palabra de más, Fernando Arrabal logró poner de manifiesto lo que muchos preferirían silenciar: La verdad incómoda de nuestra propia existencia.