¿Quién diría que el Salvaje Oeste ha regresado en pleno siglo XXI? Eso es precisamente lo que ocurre en "Montaña Sin Ley", un área remota que no se encuentra en ninguna novela de vaqueros, sino en el noroeste de México, más específicamente en el estado de Sinaloa. En este rincón olvidado de la geografía moderna, las reglas del juego son más ambiguas que un debate político en Estados Unidos. Esta zona ha sido controlada por cárteles desde hace décadas, convertida en el reino sin leyes donde las jerarquías no las define el estado, sino el narcotráfico. Gracias a las políticas flojas y la ineficiencia estatal, esta área ha estado operando como un feudo medieval bajo la promesa de la innovación de la criminalidad.
Ahora bien, ¿por qué prestarle atención a una región tan aislada? Porque "Montaña Sin Ley" es el perfecto ejemplo de las consecuencias del gobierno ausente, esos vacíos de poder que promueven la anarquía en lugar de la seguridad y el orden. Sin ley propiamente dicha, el tráfico de drogas florece; armas y violencia se alinean como las estrellas de una terrible constelación que solo cínicos o ignorantes se atreven a negar. Los cárteles no solo llenan el vacío político, sino que imponen su propio tipo de justicia, dictando lo que pasa y lo que no.
Si damos un vistazo al pasado, reconoceremos un patrón: territorios alejados del control estatal rápidamente se convierten en incubadoras de ilegalidad. "Montaña Sin Ley" no es la excepción, sino un caso claro donde el desinterés estatal se encuentra con la supervivencia del más fuerte. Echamos la culpa a gobiernos débiles que han priorizado políticas diplomáticas superficiales en lugar de tácticas efectivas para enfrentar a los grupos criminales que, reconozcámoslo, funcionan casi con la eficiencia de una multinacional.
En este sentido, la comparación no es descabellada; en "Montaña Sin Ley", las actividades ilícitas están tan integradas en la economía local como los negocios "legales". Pero ¿cómo afecta esto al país? Naturalmente, debilita la estructura social. La falta de una política fuerte en comunidades dominadas por el crimen erosiona los cimientos de una nación que intenta desmarcarse de la letanía de violencia que la persigue. Los habitantes de estas regiones no solo tienen que lidiar con el temor constante, sino que están atrapados en un bucle sin esperanza, donde el capricho del narcotraficante de turno puede decidir su destino.
Cabe preguntarse cómo hemos llegado aquí. La respuesta está, en parte, en la naturaleza humana de aprovechar la debilidad. Cuando el gobierno deja de tener peso en una área, los más poderosos se adueñan de ella. Es un ciclo antiguo que debería haberse roto hace tiempo si los esfuerzos federales e internacionales no fueran tan desesperadamente inadecuados. Y cuando alguien dice que más diálogo es la solución, les remito a esos lugares donde no escucharán más que el eco del silencio gubernamental mezclado con la pólvora de las armas automáticas.
Rusticas pero efectivas, las estructuras del crimen organizado en "Montaña Sin Ley" cuentan con el peor enemigo de todos: la complicidad del olvido. Por años, el desatino político ha permitido que se solidifique un poder paralelo que paraliza al país frente al mundo. Para aquellos que quieren progresar o simplemente llevar una vida libre del flagelo del narcotráfico, las oportunidades son mínimas, porque el riesgo es grande y la recompensa, incierta. Es casi como un reality show donde siempre se repite la misma temporada, llena de escaramuzas y con cero protagonistas valientes que marquen la diferencia.
Decir que toman las riendas funcionarios incompetentes y un completo desinterés por los problemas reales sería, como mínimo, un eufemismo. Esta situación merece ser abordada con un plan sólido que erradique la corrupción endémica que proporciona tierra fértil a estos fenómenos delictivos. Pero claro, a nadie sorprende que el reto de meterle mano de veras a estas cuestiones no sea algo que muchos líderes realmente contemplen.
Entonces, pensar que el cambio vendrá naturalmente, sería como creer que el desierto florecerá sin agua. Los ojos del mundo deben centrar su atención en "Montaña Sin Ley" y demandar acciones contundentes, no más promesas vacías o políticas contraproducentes. Hasta que no se atajen de raíz estas áreas de conflicto, estas "montañas" no dejarán de conformar un paisaje que ensombrece la idea misma de civilización.
Finalmente, "Montaña Sin Ley" es un reflejo de lo que ocurre cuando la autoridad decide hacer la vista gorda, o la ineficacia lo devora todo. Es el salvaje oeste del presente, un recordatorio constante de que la sobrevivencia ahora se juega con las reglas de los forajidos. Innovadores en sus propias formas, por supuesto, pero del tipo de innovación que destruye en lugar de construir.