El gobierno, con su siempre ansioso deseo de salvarnos de nosotros mismos, ha lanzado otro programa ético de rescate. Se llama "Misión Cielo" y, sí, es tan celestial como suena. Este proyecto fue anunciado con gran pompa por líderes políticos (esos que creen que tienen el monopolio de la moralidad) para resolver el problema de la contaminación espacial. Pero, como era de esperarse, lo hicieron de la manera más ineficaz y sumamente costosa. Anunciado en 2023, el plan tiene como objetivo limpiar la órbita terrestre de escombros espaciales que amenazan nuestros satélites y, por ende, nuestra forma de vida moderna.
El quién es menos sorprendente: una alianza entre agencias espaciales y un grupo selecto de corporaciones tecnológicas que han prometido "aportar" en nombre del bien común. Lo que algunas voces críticas consideran una reunión de los usuales defensores de agendas liberales poco realistas y dominadas por las élites globales.
El cuándo de este glorioso proyecto es, como siempre, tan optimista como desesperado. Se dice que comenzará en 2024 y durará quién sabe cuánto, dado nuestro amor histórico por los retrasos de proyectos gubernamentales. El dónde no necesita adivinanzas: la fría y vasta órbita sobre nosotros, ese patio de recreo de los poderosos donde los fallecidos satélites descansan en paz.
Ahora bien, la verdadera pregunta es: ¿por qué? ¿Por qué lanzarse a la búsqueda de la limpieza espacial si la necesidad hace tiempo que era evidente? Resulta que, finalmente, se nos ha despertado el miedo al desastre inminente. Después de décadas ignorando el problema, los satélites que tanto amamos podrían estrellarse en cualquier momento, interrumpiendo nuestras comunicaciones globales.
Aparentemente, los escombros espaciales son la "crisis que desafía el futuro", un hecho que se ha visto en titulares tras titulares. Pero lo que me fascina es la manera en que este programa se presenta como una solución brillante y no como un parche temporal de alto costo. Tecnologías que probablemente incrementarán los impuestos llenarán los bolsillos de las mismas empresas que participaron en la creación del problema.
Ceguera estratégica: Como si los desperdicios en el espacio nacieran solos, ahora todos nos subimos al tren del "mira qué verdes somos" para resolver un lío. La moralidad sobre el futuro debe sonar a música celestial en los oídos equivocados.
Tecnología que desconoce su límite: A menudo, los más entusiastas creen que la tecnología es una varita mágica que resuelve problemas sin coste alguno. Y este optimismo desenfrenado de que podemos limpiar el espacio con sólo pulsar un botón… ilusos.
Gigantes táctiles en la sala de control: Empresas tecnológicas participando "desinteresadamente". La última vez que confiamos ciegamente en entidades corporativas de este calibre, nos atiborraron de aplicaciones de rastreo.
La ignorancia es su fuerza: Lo ignoramos por décadas y, de repente, el cielo se está cayendo. No podía faltar ese intento desesperado por controlar el miedo popular.
Dejar que mida la cinta el sastre: Quizás esta misión se realiza con tan poca planificación realista, piense usted un poco en lo que sean capaces de manejar. ¡Lecciones no aprendidas!
Misión Cielo: escape desde la realidad: Un gigantesco alarde para desviar nuestras mentes del patio terrenal sumido en problemas mucho más urgentes.
Liberación de impuestos pronto en su sector: Las versiones más extremas auguran que serían incapaces de sostenerlo sin un golpe al bolsillo ciudadano. Como es usual, saque de su dinero y financie el sacrificio en la santa misión.
Ricachones salvan al mundo: De nuevo, esas caras conocidas imponen la narrativa de la redención desde lo alto, cubriendo el sol con un dedo.
Un paso gigante para el hombre, una zancada de burocracia para los políticos: Vueltas y más vueltas para que finalmente se hagan con sus deseos sin rendir cuentas por las contribuciones iniciales a nuestra problemática espacial.
La constante ansia de los redentores: Tan altruistas son nuestros gobiernos que sienten la inagotable obsesión de rescatar. Rescatistas de sus propios despropósitos, tal vez.
Quizás Misión Cielo logre algún efecto positivo, no obstante, no nos cegamos al hecho de que este "sano esfuerzo" podría ser una estrategia más para controlar la narrativa pública y esconder fallos sistemáticos. Tal vez la verdadera misión debería ser emocionalmente más realista: limpiar con más responsabilidad y menos grandilocuencia.