Imagínate un momento en el que puedes combinar la historia, el arte y la política de una manera que molesta a más de uno. Así es el rol del Ministro de Cultura de Dinamarca. Creado formalmente en 1961, este cargo ha evolucionado para ser uno de los bastiones más influyentes de la presencia cultural danesa en el mundo. Desde Copenhague, el Ministerio de Cultura no solo se encarga de promover la cultura, sino que también moldea la noción misma de lo que se considera valioso en la sociedad danesa.
El Ministro de Cultura tiene la responsabilidad de manejar la política cultural del país, supervisar instituciones culturales y asegurarse de que el arte florezca incluso en el clima más frío del norte. Lo que podría parecer una tarea aburrida para algunos, se transforma rápidamente en un campo de batalla de discursos sobre lo qué es apropiado financiar con el dinero de los contribuyentes. Es una posición que siempre ha estado en el ojo del huracán, ya que cualquier decisión puede ser interpretada como un favoritismo hacia cierto grupo cultural. La política, a fin de cuentas, es parte del arte, ¿no?
A lo largo de los años, Dinamarca ha tenido ministros que iban desde los más pragmáticos hasta los visionarios - aunque claro, siempre en el espectro de entender el arte y la cultura bajo la lente escandinava, que dista mucho de ser color de rosa todo el tiempo. ¿Quién necesita color cuando tienes el gris equilibrado y minimalista característico del diseño danés?
A pesar de lo que uno podría pensar, la libertad de expresión ocupa un lugar relevante en la agenda del cargo. Quizás es la herencia vikinga de estos ministros lo que hace que algunos defiendan la libertad artística de una manera que poca gente fuera de Escandinavia podría entender. En varias ocasiones, se han visto ante la disyuntiva de defender obras que otros calificarían de controversiales, mientras lidian con presiones internacionales para censurar. Ser conservador no significa cerrar la puerta al pensamiento divergente, sino más bien enmarcarlo dentro de un panorama donde lo tradicional también tiene su sitio.
Algo que no puede pasarse por alto es el deseo incansable de este ministerio de expandir la cultura danesa más allá de sus fronteras. Desde el renacimiento de la literatura nórdica en la pantalla grande hasta los innovadores diseños en la moda y arquitectura, todo el mundo quiere una parte de la esencia danesa. La pregunta que surge es si están exportando pureza cultural o solo un marco comercial maquillado de bohemia, algo que los amantes del arte tradicional a menudo discuten; sobre todo, aquellos que creen que los estereotipos de “hygge” y bienestar son simplemente una fachada pulida.
Ahora, el Ministro de Cultura debe responder un cuestionamiento moderno que podría hasta provocar escalofríos a quienes están atados a ideologías progresistas: ¿hasta dónde llega el multiculturalismo? En un mundo donde la globalización absorbe identidades culturales como una máquina incansable, este ministerio se ve en la necesidad de sostener las tradiciones mientras permite – o limita – la influencia de lo extranjero. Es algo que debe planearse con dientes y garras, sin miedo a lo que puedan decir aquellos que defienden una ‘apertura total’ a cualquier forma de manifestación cultural.
Al contrario de lo que algunos podrían pensar, el papel de este Ministro en Dinamarca no es simplemente proteger museos o subvencionar la última instalación artística. En el tablero de ajedrez cultural, cada movimiento es meticulosamente planificado. Un mal análisis de las corrientes artísticas emergentes o un paso en falso con la financiación de ciertos proyectos puede condensarse en una amarga lección política.
No olvidemos que el impacto del rol va más allá de las fronteras de Dinamarca. Este Ministerio tiene el poder de enriquecer o cerrar puertas a talentos emergentes o figuras ya establecidas en la escena internacional. Un pequeño país con una gran voz; esa es la esencia de la política cultural danesa.
Es aquí donde el Ministro de Cultura se convierte en una especie de guardián del legado nacional. Con la inteligencia de Hamlet y la fiereza de los antiguos guerreros daneses, estos ministros seleccionan cuidadosamente qué tradiciones e innovaciones verán la luz del día. Hay quienes argumentan que deberíamos cerrar las persianas y disfrutar de la danza cultural que nosotros mismos creamos, mientras que otros defienden abrir de par en par las ventanas al mundo. Pero al final, la cultura nunca es simplemente un juego de gustos y caprichos de la élite cultural; es un reflejo vivo y puro de la identidad danesa, uno que debe ser apropiadamente conservado y, sí, a veces, desafiar las normas establecidas.