¿Es la ministra para las mujeres en Nueva Zelanda un superhéroe moderno o simplemente el último capricho de la moda progresista? Desde que esta figura política emergió en la escena pública, ha generado más atención y aplausos que las series de Netflix en su noche de estreno. Pero, ¿qué es exactamente lo que hace esta ministra? ¿Y por qué debería importarte?
La Ministra para las Mujeres no es una novedad de ayer. El puesto ha sido un elemento fijo en Nueva Zelanda desde hace décadas, habiéndose creado para enfocarse supuestamente en los 'problemas' que enfrentan las mujeres en el país. En un país donde la igualdad de género ya ha avanzado mucho, uno podría empezar a cuestionarse si estas oficinas ministeriales no son simplemente puestos decorativos donde acomodar a políticos a quienes no se les encuentra otro lugar. De hecho, uno podría preguntarse si las oficinas que se encargan de tales ‘problemas’ no perpetúan, más que solucionan, el sentimiento de victimización.
Para empezar, el papel de la Ministra se ha vendido al público como una fuente de empoderamiento femenino. En teoría, centra sus esfuerzos en cerrar las brechas de género, mejorar las condiciones laborales para las mujeres y buscar saludable representación femenina en liderazgo. Pero, después de años funcionando, ¿cuáles son los logros verdaderamente tangibles? Parece que siempre habrá una lista interminable de 'retos' que resolver porque perpetuamente se identifican nuevos problemas. Así, el ciclo de 'luchar contra la opresión' se mantiene, asegurando que el puesto de Ministra para las Mujeres siempre tenga algo que hacer, aunque el terreno ya haya sido pavimentado por las luchas de nuestros abuelos.
Un elemento interesante en todo esto es la forma en que la Ministra utiliza campañas para atraer la atención a su cartera. Hoy, la mediocridad del 'más de lo mismo' es palpable, dado que a menudo no son acciones concretas, sino discursos floridos con poca sustancia. Pero claro, los discursos siempre son llamativos y tienen la capacidad mágica de hacer que el público olvide los verdaderos problemas. La ministra repite como disco rayado todos esos testimonios de agradecimiento de las 'vidas que han cambiado'. Pareciera que la falta de tangibilidad en el terreno se maquilla con anécdotas inspiradoras.
¿Acaso no es egoísta enfocar esfuerzos únicamente en lo femenino, dejando de lado todo componente humano que realmente une a la sociedad? Con las dificultades económicas, sociales y políticas que enfrentamos como colectivo, poner todos nuestros huevos abiertos en una sola canasta suena más a autopromoción que a política efectiva. Al centrarse estrictamente en el 'empoderamiento femenino', se borran otras voces y luchas igual de importantes. Esta falta de balance no solo genera fricciones innecesarias, sino que también desvía recursos y energías valiosas que podrían enfocarse en enfrentar las adversidades de todos los ciudadanos.
El hecho de que se mantenga esta cartera ministerial podría reflejar un miedo a lo anticuado: si la cerramos, ¿estamos afirmando que ya no nos importa la igualdad de género? Quizá el verdadero coraje político esté en reconocer qué batallas ya han sido ganadas y dónde hemos labrado ya nuevos caminos. Los tiempos han cambiado y el feminismo radical de hoy parecería poner en duda las verdaderas intenciones detrás de esta cartera. Mientras tanto, los aplausos automáticos hacia la Ministra siguen llegando, más como una recompensa social que como un agradecimiento genuino por resultados demostrables.
Toda esta situación da pie a una reflexión: en lugar de simplemente añadir más nombres y títulos pomposos al tapiz del gobierno, ¿no deberíamos centrarnos en el trabajo tangible? Quizá Nueva Zelanda no necesita más ministros con títulos sonoros, sino acciones menos espectacularmente mediáticas y más impactos reales. Los valores tradicionales de unión y trabajo en conjunto no deben ser eclipsados por gestos grandilocuentes pero vacíos. Imaginar políticas que realmente integren a todos los ciudadanos, hombres y mujeres, aportará mucho más a nuestra sociedad que el continuo adoctrinamiento del victimismo.
En el fondo, lo que queda es la percepción de una oficina más preocupada por mantener su relevancia que por provocar un cambio duradero. Quizás llegó el momento de preguntarse si en realidad necesitamos salvar lo que ya no está roto, y cómo podríamos ser más racionales en la distribución de roles en la administración pública.