Si creías que los políticos nacen entre sábanas de suave algodón y con una sonrisa a prueba de balas, es que no has leído de Michael Barr, ese funcionario estadounidense que ha llegado con la furia de un huracán. Nació en Boston, Massachusetts, un 4 de noviembre blandiendo lápices como sables, y desde entonces ha hecho más ruido que un mariachi en una biblioteca. Actualmente, ocupa un cargo clave en el Departamento del Tesoro de los Estados Unidos, una institución que controla las arcas nacionales.
Trabajando bajo la administración de Joe Biden, Barr se encarga de la supervisión de la regulación financiera y, vaya que ha sido un trabajo movido. Sus decisiones y políticas han dejado a más de uno en Wall Street con los cabellos erizados. No es un secreto, sus reformas apuntan a reforzar la vigilancia sobre los bancos y entidades financieras. Mientras algunos aplauden sus esfuerzos, otros lo ven como un atacante silencioso que acecha al capitalismo.
Las quejas no faltan. Algunos sectores del sistema financiero alegan que Barr está llevando demasiado lejos el concepto de supervisión, insinuando que preferiría actuar como un verdugo en vez de un guardián. ¿Por qué tanto miedo? Porque su experiencia es una mezcla explosiva adquirida en lugares como el Banco Mundial y la Universidad de Michigan, donde ha ocupado cátedras.
Por si fuera poco, desde la perspectiva republicana, es fácil percibir que Barr y su séquito no son exactamente amigos del libre mercado. Abarrotar los corredores financieros con reglas y restricciones no es, en óptica conservadora, el camino más eficiente para promover el crecimiento económico. Sin embargo, él permanece imperturbable ante las críticas, como un roble en medio de una tormenta. Su justificación es siempre la misma: proteger al consumidor y al sistema financiero de futuras crisis. Aquí radica el dilema: la protección versus la libertad económica.
Michael Barr es un personaje con un currículum deslumbrante, aunque para algunos, también inquietante. Alumno de excelencia de Yale y Harvard, ha acumulado títulos de prestigio que muchos sólo podrían soñar. Su intelecto no está en duda, pero, ¿y su perspectiva política? Decididamente no todos están de acuerdo. Con una economía que se tambalea y una inflación que parece un tren de alta velocidad sin frenos, sus políticas no siempre pintan rosas en el horizonte.
El encanto de Barr, para quienes creen en un estado fuerte y regulado, reside en su inflexibilidad. Está convencido de que el trabajo sucio en política es necesario y, en ese sentido, no se achica. Sin embargo, para quienes preferimos la franqueza del mercado, su intervención es más bien un ejemplo de cómo se corre el riesgo de estancar la iniciativa privada.
En su papel en el Tesoro, lidera con seguridad. Sus decisiones mueven montañas, aunque no siempre en la dirección correcta. Surgen preguntas obvias: ¿Hasta qué punto la economía americana puede soportar un enfoque tan intervencionista? ¿No es suficiente la regulación previa para asegurar el orden en los mercados? Es evidente que no todos están de acuerdo con las respuestas de Barr a estas cuestiones.
Lo que le falta a los aplaudidores de Barr es entender que demasiada intervención puede ahogar la creatividad empresarial. Hay quienes opinan que sus políticas crean un ambiente de desconfianza y temor en inversores pequeños y grandes por igual. Mientras que en un mundo ideal se buscan fórmulas para balancear protección y libertad, bajo el ojo de Barr parece que la balanza se inclina demasiado hacia la regulación.
Irónicamente, lo que más necesitan los Estados Unidos actualmente no es un regulador inflexible, sino políticas que promuevan la innovación y la libertad económica. Barr, con su postura incansable, parece tener otras ideas en mente. ¿Acaso busca crear un escudo dorado para los consumidores a expensas del libre albedrío económico? Algunos aseguran que sí.
Quizás uno de los aspectos más inquietantes de su carrera es su falta de visión para promover la iniciativa personal y empresarial. Su enfoque es más adecuado para quienes buscan un gobierno paternalista que para los soñadores y creadores que impulsan la economía estadounidense hacia adelante.
En última instancia, el legado de Michael Barr todavía se está escribiendo, y mientras eso ocurre, las discusiones continuarán en los pasillos de Wall Street. Lo que es seguro es que su figura seguirá desatando discusiones acaloradas y suponiendo un reto para aquellos que creen en un camino diferente para el futuro económico de Estados Unidos.