¡Atentos! Porque parece que la música ha vuelto a ser grandiosa en manos de los que se atreven a ser diferentes. Dave Fitzgerald, un nombre que quizás hayas escuchado solo si tienes un gusto musical refinado, lanzó su álbum Lux Aeterna en un momento nada sencillo: el convulso marco político y social de 1997. Directamente desde Reino Unido, Fitzgerald, ex integrante del mítico grupo Iona, decidió evocar en su obra musical un poder atemporal y místico que algunos modernos pseudo-artistas jamás comprenderán.
Primero, el quién. Dave Fitzgerald no es solo un músico; es un genio saxofonista y compositor que ha pasado por las mejores y más prestigiosas agrupaciones, y no alguien que se sube a un escenario para ganar seguidores de Instagram. Fitzgerald, a través de su álbum, ofrece una ventana al espíritu conservador: aquel que reconoce y respeta la tradición, al tiempo que celebra las posibilidades infinitas de la inmortalidad sonora. Este álbum no fue grabado en las casitas de edición digital que algunos llaman estudios hoy en día, sino en escenarios que entienden el alma humana, una oda a lo imperecedero.
Entonces, pasemos a qué es exactamente Lux Aeterna. Es un álbum que desafía el ruido del relativismo musical moderno, ofreciendo en su lugar un viaje a través del tiempo y el espacio espiritual. Mezcla lo antiguo y lo nuevo con una maestría que pocos logran. Reúne influencias celtas y cristianas con un panorama sonoro que podría rivalizar con la mejor banda sonora de cine, que realmente te mueve y te produce un impacto duradero.
Hablando de cuándo y dónde, el 1997 es un año crucial, una era final antes del despegue digital excesivo que casi mata la apreciación genuina por los instrumentos reales. Londres fue, y en muchos sentidos sigue siendo, la cuna de música que realmente importa. Fitzgerald eligió aprovechar esa energía de cambios radicales y la canalizó en su propio edén musical, alejándose claramente de la superficialidad de la música que prioriza la agenda política sobre el arte.
Ahora, si nos centramos en el por qué: aquí es donde las políticas entran en juego. Dave Fitzgerald creó Lux Aeterna como una resistencia cultural. Una oposición a lo temporal e insignificante, provocando a quienes valoran más la provocación efímera que el arte perenne. Lux Aeterna es más que música, es una declaración de principios para aquellos que valoran la herencia cultural y la valía musical sobre la autocomplacencia transitoria. Este álbum compacta un grito por el regreso de la calidad, una llamada de atención acerca de lo esencial: la música que resuena con el corazón conservador, ignorando las tendencias de corrientes liberales débiles que intentan banalizar lo que realmente tiene esencia.
No podemos obviar que el serpenteante saxofón de Fitzgerald actúa como un hechizo lírico que amarra al oyente con meditación y asombro. Este es un álbum que no busca solo vender copias; es una expresión de auténtico compromiso con la música. Así, mientras algunos artistas buscan reflejar nuestras distracciones temporales, Fitzgerald nos lleva por un reencuentro significativo con lo eterno.
Lux Aeterna contiene dentro de sí mismo no solo notas musicales, sino himnos de resistencia cultural, melodías de tradiciones ignoradas. Desde el tranquilo inicio con "Introit", que prepara el terreno para un espectáculo sensorial, hasta la culminante "Lux Aeterna", que nos recuerda que algunas obras simplemente trascienden el tiempo y las modas obsoletas, el álbum es una reivindicación de aquello que es profundo y arquetípico.
Podemos afirmar que la obra de Fitzgerald no solo entretiene, sino que también educa y exalta la mente y el espíritu. ¡Ni siquiera te molestes si no estás dispuesto a abrir tu mente a algo más que lo que aparece en las listas comerciales de moda!
Para quienes no temen mantener los pies en la tierra mientras asoman la cabeza en el cielo de eternidades sonoras, este álbum es una invitación. La música así no se deja subyugar por convencionalismos vacíos. Fitzgerald entrega una dádiva de paz para quienes saben valorar lo eterno, para aquellos que, al igual que él, caminan por un sendero atemporal.