Los Otros Dioses: La Nueva Religión del Progresismo
En un mundo donde la lógica y la razón deberían reinar, nos encontramos con una nueva religión que ha capturado la imaginación de muchos: el progresismo. Este fenómeno, que ha ganado fuerza en las últimas décadas, se ha convertido en el nuevo credo de aquellos que buscan transformar la sociedad a su imagen y semejanza. Desde las universidades de élite en Estados Unidos hasta las calles de Europa, el progresismo se ha infiltrado en cada rincón de la vida pública, dictando qué es aceptable y qué no lo es. Pero, ¿por qué ha sucedido esto? La respuesta es simple: el progresismo ofrece una narrativa fácil de digerir que promete un mundo utópico, libre de desigualdades y lleno de justicia social.
Primero, el progresismo se ha convertido en una especie de religión porque ofrece un sentido de pertenencia. En un mundo cada vez más fragmentado, las personas buscan desesperadamente un grupo al que puedan llamar suyo. El progresismo, con su retórica inclusiva y su promesa de un futuro mejor, ofrece exactamente eso. No importa si las ideas son prácticas o realistas; lo importante es sentirse parte de algo más grande.
Segundo, el progresismo se alimenta del miedo. El miedo al cambio climático, el miedo a la desigualdad, el miedo a la discriminación. Estos temores son explotados para justificar políticas extremas que, en muchos casos, hacen más daño que bien. La narrativa del miedo es poderosa, y aquellos que la controlan tienen un poder inmenso sobre la sociedad.
Tercero, el progresismo se ha convertido en una herramienta de control. Al dictar qué es políticamente correcto y qué no lo es, se limita la libertad de expresión y se castiga a aquellos que se atreven a pensar diferente. Las redes sociales se han convertido en tribunales donde se juzga y se condena a quienes no se alinean con la ideología dominante.
Cuarto, el progresismo promueve una visión distorsionada de la historia. En lugar de aprender de los errores del pasado, se busca reescribir la historia para que se ajuste a la narrativa actual. Esto no solo es peligroso, sino que también es una falta de respeto a aquellos que vivieron y lucharon en tiempos pasados.
Quinto, el progresismo se ha infiltrado en el sistema educativo. Desde una edad temprana, a los niños se les enseña a aceptar sin cuestionar las ideas progresistas. Esto crea una generación de individuos que no saben cómo pensar críticamente y que aceptan ciegamente lo que se les dice.
Sexto, el progresismo se ha convertido en un negocio lucrativo. Desde libros hasta conferencias, hay una industria entera dedicada a promover esta ideología. Aquellos que se benefician económicamente de ello tienen un interés personal en mantener viva la llama del progresismo.
Séptimo, el progresismo se presenta como la única solución a los problemas del mundo. Cualquier otra perspectiva es descartada como retrógrada o ignorante. Esto crea un ambiente donde el debate y la discusión son imposibles, y donde solo una visión del mundo es permitida.
Octavo, el progresismo se alimenta de la culpa. Se nos dice que debemos sentirnos culpables por el color de nuestra piel, por nuestro género, por nuestra orientación sexual. Esta culpa se utiliza para manipularnos y para hacernos aceptar políticas que, de otro modo, rechazaríamos.
Noveno, el progresismo se ha convertido en una forma de señalización de virtud. Al adoptar las posturas progresistas, las personas pueden demostrar que son "buenas" y "morales". Esto se convierte en una forma de estatus social, donde aquellos que no se alinean con la ideología son vistos como inferiores.
Décimo, el progresismo es una amenaza a la libertad individual. Al priorizar el colectivo sobre el individuo, se sacrifican los derechos y las libertades personales en nombre de un bien mayor. Esto es peligroso y va en contra de los principios fundamentales sobre los que se construyeron nuestras sociedades.
El progresismo, con su promesa de un mundo mejor, ha capturado la imaginación de muchos. Pero detrás de su fachada utópica se esconde una ideología que amenaza con destruir los valores que han hecho de nuestras sociedades un lugar donde la libertad y la razón pueden prosperar.