Si piensas que las cosas no pueden ponerse más sorprendentes, espera a conocer a 'Los Irregulares'. Este fenómeno emergente de personas sin hogar, que en su mayoría son inmigrantes ilegales, ha empezado a ser visible en diferentes ciudades de Estados Unidos desde hace algunos años. Su aparición ha sido un secreto a voces en zonas como San Francisco, Los Ángeles y la frontera sur con México. Pero lo más curioso no es solo su presencia, sino cómo se gestionan, o más bien, cómo no se gestionan.
Ahora, hablemos de números. Si bien es difícil definir con precisión cuántos son, estimaciones aproximadas sugieren que hay decenas de miles pululando por ciudades estadounidenses que una vez fueron bastiones de orden y prosperidad. En una ironía histórica, estos 'irregulares' presentan un desafío monumental para una sociedad que durante mucho tiempo se ha enorgullecido de su capacidad para asimilar a los inmigrantes, siempre que se adhieren a la ruta legal. Lo que está ocurriendo socava deliberadamente esa parte del tejido nacional.
El fenómeno de 'Los Irregulares' es fascinante y preocupante por varias razones. Primeramente, está pervirtiendo la idea misma del 'sueño americano'. Este concepto, que comenzó como un faro de esperanza y promete oportunidades para quien siguiera las reglas, se está convirtiendo en un chiste oscuro en la periferia de ciudades inundadas por personas que evitan el debido proceso de inmigración. Y, aquí viene el giro: no son los conservadores quienes los ignoran o los encubren, sino precisamente los que se enorgullecen de ser 'progresistas.'
Abogar por una frontera abierta puede sonar como un ideal soñador y lleno de buenas intenciones, pero cuando esa filosofía se topa con la realidad, lo que tenemos es un caos controlado. Estos individuos sin documentos cruzan libremente, principalmente a través de fronteras desprotegidas, y se asientan donde mejor les parece, construyendo sociedades paralelas que desafían sin remordimientos los sistemas locales de leyes y recursos.
Las áreas metropolitanas más afectadas han comenzado a resentir esta sobrepoblación y, al contrario de lo que predican las élites académicas, los recursos no son infinitos. En San Francisco, quien en otro momento alardeó de su rescate humanitario, ahora sus servicios de salud y vivienda están sencillamente saturados. Y ni hablar de la ya de por sí caótica situación de Los Ángeles. El crimen es otro componente inquietante y resulta casi imposible andar por algunas zonas sin encontrar reflexiones de un desastre inminente en cada esquina.
Claro, cualquier mención a endurecer las leyes de inmigración o aumentar el control fronterizo levanta arcos en las cejas de aquellos que piensan que las medidas de seguridad son 'inhumanas'. Pero sería ingenuo pensar que permitir la entrada irrestricta de indocumentados no tiene consecuencia alguna. El flujo constante de personas ha dado lugar a una demanda insostenible en educación pública, servicios sociales y sistemas legales locales.
Algunos defienden la idea de cerrar por completo las fronteras, una solución radical según argumentos que prefieren no afrontar la raíz del problema. Sin embargo, no hay término medio que funcione cuando el debate es meramente teórico y práctico. Al negar la realidad, se están negando también las vidas de miles de ciudadanos legales que se encuentran ahora compitiendo por trabajos, recursos y oportunidades que ya son escasos.
¿Adónde va a parar todo esto? Los Irregulares representan más que un simple problema migratorio. Son el testamento de lo que ocurre cuando el buenismo idealista no se mezcla con el sentido común. Ellos son un espejo oscuro que refleja la brecha creciente entre lo que se predica y lo que realmente sucede en esas encantadoras políticas de puertas abiertas.
Mientras tanto, los verdaderos revolucionarios son aquellos que se atreven a levantar la voz por una reforma migratoria con sentido, sin paños calientes y enfocada en proteger los intereses de la nación. Porque al final del día, la grandeza de un país no se mide solo por su capacidad de absorción, sino por mantener el equilibrio entre acogida y orden, sino lo que está dejando atrás es precisamente eso: equilibrio. Y en ese tira y afloja, estamos todos involucrados.