La 'Ley de Subvención Soberana 2011' es como un episodio de telenovela mal escrita que se repite cada año. ¿Quién estaba detrás de este titán de la mala gestión? La flamante administración, en su intento de parecer más solidaria, aprobó esta ley carente de sentido en España bajo el gobierno de Zapatero. Pretendía cubrir con una capa de oro las miserias económicas poscrisis, pero solo cubrió la mesa con cuentas por pagar.
Esta ley nació en un contexto de grandes problemas económicos donde España enfrentaba uno de sus peores momentos tras la crisis financiera de 2008. Sus intenciones parecían nobles: ofrecer ayuda estatal para apaciguar los golpes económicos. Sin embargo, lo que debería haber sido un salvavidas se convirtió rápidamente en un ancla que arrastraba a los contribuyentes al fondo de la deuda nacional. En lugar de establecer un sistema eficiente, ¿qué pasó? Dio lugar a una sobregasto monumental que escandalizaría hasta a un niño de primaria con una calculadora.
Cuestionemos los hechos. ¿Qué hace esta ley tan digna de un Teatro del Absurdo que Beckett disfrutaría? Empezó con la intención de canalizar fondos hacia sectores necesitados como energías renovables y proyectos industriales emergentes. Pero, sorpresa, sorpresa, los recursos fueron absorvidos por ineficiencia burocrática y favoritismos políticos. Los empresarios bien conectados se llevó la mejor tajada del pastel, mientras el pequeño empresario seguía esperando ayudas que nunca llegaban.
La improvisación fue la regla del día. Sin fundamentos sólidos, los proyectos estatales de energía verde se dispararon en los papeles, pero en el terreno, el panorama era distinto. Ni siquiera las energías renovables, la niña bonita de los subsidios, escaparon a este desastre burocrático. Las subvenciones fueron más un acto de relaciones públicas que una solución sostenible.
Hablemos de fiscalidad. La Ley de Subvención Soberana 2011 incrementó sin piedad la presión fiscal sobre el ciudadano común. Los impuestos utilizados para financiar este sueño fallido solo provocaron más pobreza y desesperación en lugar de resolver los problemas sociales. La historia nos cuenta, una y otra vez, que el dinero en manos estatales se traduce en ineficacia innegable.
El elefante en el salón es la falta de responsabilidad. La ley contenía más agujeros que respuestas sólidas. No había un sistema real de rendición de cuentas. Los errores económicos se acumulaban mientras los gobernantes lograban esquivar cualquier tipo de crítica sustancial. Los liberales achacaban a la falta de competencia del mercado y glorificaban la intervención, pero la propia ley demostró el fracaso monumental de la presión estatal mal gestionada.
Ahora, concentraos en la competitividad, otra víctima de la Ley de Subvención Soberana 2011. Las industrias se acomodaron con el dinero fácil, dejando de lado la innovación y la eficiencia que impulsa el verdadero progreso. El capitalismo, ese sistema que ha sacado a millones de la pobreza, fue pisoteado a favor de un modelo subvencionado y proteccionista que, al final, se desmoronó bajo su propio peso.
La Ley incluso perjudicó la imagen internacional de España. Durante años el país desfiló como un ejemplo de malas prácticas económicas, espantando inversores y frenando oportunidades que podrían haber impulsado un verdadero crecimiento. En lugar de ser una estrella emergente, España se transformó en un caso de estudio de lo que no debe hacerse.
La moraleja: cuando el Estado juega al gran distribuidor de riquezas, al final todos pagan la cuenta. La política de subvenciones mal gestionada es una formula probada para el estancamiento económico y la decadencia social. No es una pequeña casualidad que los países con menor intervención estatal tienden a sobresalir en prosperidad.
Por ello, no nos dejemos engañar por la decoración dorada de promesas vacías. La Ley de Subvención Soberana 2011 fue otra muesca en el cinturón de ineptitudes gubernamentales mal disimuladas bajo nobles intenciones. Hay una lección que aprender aquí, si solo uno puede ver a través de la retórica engañosa: menos intervención, más libertad, más mercado.