¡Alarma! Cómo la 'Lástima' Destruye el País

¡Alarma! Cómo la 'Lástima' Destruye el País

El fenómeno de la 'lástima' se ha convertido en el virus más peligroso del siglo XXI, debilitando la sociedad mientras algunos sacan provecho de la compasión ajena. Descubre cómo este mal se infiltra incesantemente en cada rincón del discurso social.

Vince Vanguard

Vince Vanguard

¡Atención, señoras y señores! Estamos ante la epidemia más contagiosa del siglo XXI: la lástima. Este mal, que comenzó a propagarse silenciosamente en alguna charla bienintencionada de autosuperación, ha terminado infiltrándose en todos los rincones del discurso social. Estamos hablando de esos momentos en los que la gente parece convencida de que el país entero está en crisis porque mientras algunos trabajan duro, otros optan por aprovecharse de la ‘lástima’. Deberíamos cuestionarnos cuándo el término lástima se convirtió en la herramienta preferida para exigir derechos, en lugar de asumir responsabilidades personales.

‘Lástima’ es un arma potente en manos de aquellos que buscan explotar la compasión ajena. Esta actitud empuja a la sociedad hacia un suelo resbaladizo donde quien más se queja, más obtiene. Cuando un grupo se autoproclama víctima de la sociedad, no buscan integrarse, sino crear una narrativa de victimización donde ellos son siempre las víctimas y el resto los opresores. Ocurre a menudo en universidades, en las redes sociales, e incluso dentro de fórmulas políticas. En lugar de trabajar, protestan; en lugar de progresar, justifican su inacción.

Con la lástima, hemos llegado al punto en que los méritos académicos, el esfuerzo laboral, y la motivación personal se ven menospreciados frente a una cultura de compensaciones emocionales. ¿Por qué esforzarse para destacar, si con un llanto en redes sociales obtienes la misma recompensa? Así, la verdadera esencia de la lucha personal desaparece bajo los pedidos de un estado paternalista que todo lo soluciona, excepto incentivar la verdadera autosuficiencia.

Es absurda la manera en que se justifica la decadencia de la educación bajo un manto de lástima. En ciertas instituciones académicas, exigen menos rigurosidad bajo el pretexto de inclusividad. Como si reducir expectativas fuera solucionar las desigualdades. Necesitamos profesionales competentes, no titulados de lástima. Las generaciones futuras deberían saber que el camino al éxito no está pavimentado con excusas y lamentos. ¡El desarrollo personal no se logra repartiendo victorias a quien no luchó!

Aquellos que conquistan sus metas deben ser celebrados, no ridiculizados por ser los ‘privilegiados’ en un mundo supuestamente injusto. Ridículo que premiemos la queja por sobre la acción. Veremos a la lástima como a un traidor silencioso infiltrado en los hogares, donde padres y madres comienzan a criar a sus hijos enseñándoles que la debilidad es su mayor fortaleza. La superación personal y la ambición se ven empañadas por un discurso arrollador de mediocridad colectiva.

El poder de la lástima no tendría un efecto tan devastador sin la tribunicia de ciertos sectores. Susurros constantes que soplan al oído, promoviendo la idea de que solo con la lástima conseguirán lo que desean. Oídos que escuchan con fervor aquellas palabras dulces que les invitan a relajarse mientras otros cargan el barco de la vida común. La lástima ha dejado de ser una emoción pasajera para convertirse en política pública bajo mal disfraz aplaudido por una ingenua multitud adoctrinada.

Lo irónico es que quienes impulsan la lástima son los mismos que controlan el timón, aprovechándose de la debilidad ajena para mantener un electorado dócil, siempre listo para exigir lo imposible. Esto perpetúa un ciclo vicioso donde seres que podrían ser autosuficientes, caen resignados ante la idea de que no existe salida si no es a través de la lástima.

¿Por qué permitimos que la lástima nos detenga? Esta triste emoción roba a las personas su poder personal, impidiéndoles ver más allá de sus circunstancias. Necesitamos héroes cotidianos que demuestren que el esfuerzo y la disciplina son las únicas vías para romper las cadenas de esta perniciosa dependencia emocional.

La sociedad no progresa cuando todos se sienten víctimas. El progreso surge de aquellos que ven lo que podría ser, no de quienes lloran por lo que no fue. La verdadera revolución no es repartir migajas motivadas por la lástima, sino crear un mundo donde cada cual construya un futuro mejor gracias a lo logrado con esfuerzo propio.