Las Colinas Ardientes: Un Ocaso del Buen Gobierno

Las Colinas Ardientes: Un Ocaso del Buen Gobierno

¿Las colinas están en llamas o es el sentido común el que ha sido consumido por la ideología radical? Las Colinas Ardientes en California no solo simbolizan incendios reales, sino también la devastación de una gestión deficiente.

Vince Vanguard

Vince Vanguard

¿Las colinas están en llamas o el sentido común ha sido consumido por las llamas de la ideología radical? Situado al sureste de San Diego, en California, se encuentra un fenómeno conocido como "Las Colinas Ardientes". El nombre no es solo una metáfora mordaz para lo que ocurre; también hace referencia a los incendios forestales que devastan regularmente la región. Desde que las políticas de manejo de tierras se han inclinado hacia un ambientalismo extremo, estas colinas son testigos de una alarmante frecuencia de incendios. Pero, ¿por qué suceden estos incendios con tanta frecuencia?

Una guerra contra la lógica parece ser más inflamada que cualquier maleza que atraviese el condado. Las regulaciones cada vez más estrictas y absurdas para la tala y limpieza de bosques han dejado un terreno propenso al desastre. Si se dejara a los expertos forestales y locales manejar el entorno, seguramente veríamos un paraíso verde, y no un infierno en llamas cada verano.

Las decisiones erróneas que llevaron a la transformación de estas colinas reflejan más que un simple malentendido ambiental: son el resultado de una desconexión entre la realidad práctica y la teoría utópica. En vez de permitir el uso racional y controlado de los recursos naturales, se apuesta por un proteccionismo sin sentido, que solo obtiene como resultado la acumulación de material inflamable. Esta piedra angular del desastre podría haber sido evitada, si no fuera por los constantes bloqueos legales y burocráticos que evitan que el trabajo real se realice.

Durante la última década, la negligencia disfrazada de protección ha convertido a "Las Colinas Ardientes" en una especie de centro de atracción para los incendios masivos. El ciclo es ridículo: proteger demasiado, prender fuego accidentalmente y después gastar millones en apagar lo que podría haberse evitado. ¿Quién dice que el dinero de los contribuyentes no es inutilmente consumido?

La gente de la zona, que ha vivido en estas áreas durante generaciones, observa con frustración. Comentan que sus advertencias han sido ignoradas una y otra vez por las autoridades, que parecen más inclinadas a escuchar a los activistas de ciudad que nunca han pisado un terreno forestal. En lugar de escuchar a quienes tienen experiencia de primera mano, las decisiones se toman en oficinas lejanas con aire acondicionado, lejos del humo y las cenizas.

¡Y después te preguntas por qué California tiene uno de los peores problemas de incendios forestales en los Estados Unidos! Las decisiones son simples: permitir la gestión local, descartar la basura burocrática y, sobre todo, devolverles las llaves del reino a aquellos que saben lo que hacen cuando se trata de preservar nuestras tierras. Pero en el reino de las "buenas intenciones", sabemos que las intenciones pueden ser el camino directo al desastre.

Ahora, algunos buscarán culpar al cambio climático de estos incendios, desviando fácilmente la atención de la verdadera causa. Claro, el clima cambia, y vaya que sí, pero ignorar las causas inmediatas y controlables por las cuales el fuego se alimenta es una negligencia en sí misma. Al hacer que el cambio climático sea el único monstruo del cuento, se escaparán a los problemas políticos y regulatorios que son una amenaza más tangible e inmediata.

Finalmente, la solución es clara pero poco probable que se implemente. ¿Por qué? Porque para eso se requeriría admitir errores y dar el paso atrás que permita un manejo más eficiente. Un manejo que no escuche solamente las voces de quienes nunca han visto una colina más allá de una foto en National Geographic.

Lo que verdaderamente enciende las colinas no es solo el sol abrasador del verano californiano, sino la fricción entre las políticas imprácticas y la realidad. La única manera de enfriar las llamas es aplicar un método tradicional pero probado: escucha a quienes saben, no hagas caso a la falsa retórica y permite que la lógica prevalezca.