Ah, los "kilómetros de comida"... el término que está en boca de todos pero, ¿realmente sabemos lo que implica? Crear un escándalo por comida viajera parece ser la nueva moda. La idea básica es simple: cada vez que tu tomate italiano favorito, tu delicioso chocolate belga o tu vino argentino pasan kilómetros y más kilómetros para llegar a tu mesa, se está arruinando el planeta, o al menos eso dicen. Pero, ¿de dónde surge esta preocupación? Para entenderlo, volvamos a los años 90 en el Reino Unido, donde se calculó por primera vez la distancia recorrida por los alimentos importados hasta llegar al mercado local. El propósito inicial era crear consciencia sobre el impacto ambiental. Pero, como muchas otras veces, la narrativa se exageró.
Los alimentos locales no siempre son la mejor opción si lo que se busca es ser amigable con el ambiente. ¿Sorprendido? Imagínate el impacto ambiental de una hectárea de invernadero para cultivar tomates en Alaska durante el invierno. Más energía que la llevada por las importaciones. Pero qué más da, ¿verdad? Los kilómetros de comida nos suelen dejar ciegos ante esta obviedad.
A propósito de los tomates... cultivar en casa no es tan viable ni eficiente como parece. Llamémoslo "el mito de la autosuficiencia". Los ideales de sostenibilidad parecen ignorar que no todo el mundo tiene el tiempo, espacio o habilidad para cultivar su propia comida. ¿De verdad vas a renunciar a un mundo globalizado lleno de opciones deliciosas solo por un capricho pseudocientífico?
Los fanáticos de estos kilómetros de comida olvidan constantemente el detalle del costo. Hacer una compra ciento por ciento local significa pagar más por alimentos que a menudo tienen menos calidad. Las cosas como estas hacen que uno se pregunte si realmente se trata del planeta, o si simplemente es otra táctica más para regular nuestras vidas y hacernos gastar más.
Ah, pero no olvidemos las estaciones. No puedes disfrutar de tu adorado aguacate o tus queridas bananas todo el año si viene del campo local. Parece que la sostenibilidad es también una dieta aburrida de papas y zanahorias. Entonces, ¿qué hacemos con nuestros sacrificios en vano?
Increíblemente, los kilómetros de comida también subestiman la eficiencia de las modernas cadenas de suministro. Las nuevas tecnologías y organizaciones logísticas están reduciendo radicalmente el impacto ambiental de transportar bienes a nivel mundial. Un contenedor repleto de alimentos en un barco desde Sudamérica a Europa termina siendo más eficiente que multiples furgonetas locales recorriendo el vecindario.
Criticar alimentos importados es negar la innovación agrícola que ha permitido que todos comamos mejor. En lugar de celebrar la enorme diversidad de alimentos accesibles que tenemos hoy gracias al comercio global, preferimos abogar por un aislamiento alimentario que sólo llevaría a menos opciones y precios más altos. ¿Realmente queremos vivir en un mundo así?
Un poco de historia económica: antes de las globalizaciones del siglo XX, las hambrunas eran más frecuentes, al igual que la malnutrición estacional. Las conexiones a larga distancia de alimentos han servido como un seguro alimentario. ¿De verdad queremos retroceder un siglo?
Centrarse exclusivamente en los kilómetros de comida también esconde la verdad detrás del problema real del desperdicio de alimentos. Gran parte de lo que se produce no llega a las mesas debido al mal manejo, la distribución incompetente y una comercialización ineficiente. Ahí es donde verdaderamente deberíamos estar prestando atención.
Los kilómetros de comida se obsesionan con el transporte mientras ignoran otros factores relevantes para la sostenibilidad. Considerar solo parte de la ecuación ambiental no es pragmático. El uso de agua, cantidad de fertilizantes, y el tipo de energía utilizada para producir esos alimentos son tan importantes, sino más, que el simple hecho de transportarlos.
Este mito peculiar ha permitido que surjan todo tipo de "certificaciones verdes" que sólo sirven para inflar precios, confundir consumidores y agregar burocracia. Más pegatinas en nuestras comidas no significan un mejor planeta, pero se aseguran de seguir llenando bolsillos.
Aquí estamos entonces, atrapados en una narrativa superficial que más que proteger al planeta, parece diseñada para complicarnos la vida sin muchos beneficios evidentes. El discurso de los kilómetros de comida no resiste un análisis detallado, pero sigue ocupando titulares. Así se va, una idea con buenas intenciones desbordadas por un alarmismo conveniente.