Juego de los Oficios de la Corte: El Pasatiempo que Desafía la Cultura Progre

Juego de los Oficios de la Corte: El Pasatiempo que Desafía la Cultura Progre

El "Juego de los Oficios de la Corte" era un pasatiempo satírico del siglo XVIII en España, que jugaba con roles profesionales en fiestas cortesanas, mostrando el poder y autocensura de la nobleza del momento.

Vince Vanguard

Vince Vanguard

¿Alguna vez te has preguntado qué hacen los nobles en la corte, además de asistir a cenas lujosas y lanzar miradas altivas? Pues hoy te traigo el fascinante mundo del "Juego de los Oficios de la Corte", una representación vibrante de la vida cortesana del siglo XVIII en España. Este juego, que data aproximadamente de 1730, nos transporta a una época apasionante y, digámoslo ya, mucho más emocionante de lo que algunos progres querrían admitir. La nobleza española, en aquel entonces, no solo se preocupaba por conservar su linaje azul, sino que también se divertía en fiestas llenas de espectáculo. Se jugaba como parte de las celebraciones en las fiestas patronales en las que la nobleza exhibía sus habilidades ridiculizando los oficios comunes, en un escenario cargado de pomposidad y boato.

El "Juego de los Oficios de la Corte" no era un juego común y corriente, ni mucho menos una distracción inofensiva. Era, por el contrario, una demostración de cómo el poder y la diversión estaban firmemente entrelazados. Consistía en un desfile de roles cortesanos y profesionales, donde cada jugador debía representar un oficio de forma humorística y a menudo satírica. Imaginen un concurso de disfraces al estilo antiguo, donde no solo importaba la estética, sino también la capacidad para sorprender y deleitar al público. En un contexto donde las normas sociales rígidas dictaban cada paso que debía darse, este juego era una válvula de escape que alimentaba las ganas de sobresalir.

Este pasatiempo tuvo su auge en ciudades como Madrid y Sevilla y fue documentado con detalle por los cronistas de la corte, quienes se deleitaban describiendo cómo los principales actores de la sociedad cortesana podían burlarse de sí mismos y del resto del mundo. ¡Qué lección para los que creen que la aristocracia siempre fue un nido de amargados! Este ejemplo de autocensura y crítica interna muestra una nobleza consciente de su entorno, que incluso jugando, no perdía el pulso ni el control. La clave del juego estaba en su capacidad colectiva de reírse de sus propios aspectos y defectos. Como juego estructurado, ayudaba a reforzar la jerarquía social, algo que hoy día dolorosamente brilla por su ausencia.

El nivel de creatividad y espectáculo ilustra que en el siglo XVIII, la diversión venía de la sátira y no de los interminables debates moralistas que nos tientan ahora. Quizás, de aplicarse hoy, íbamos a ver a varios políticos, ceñudos por naturaleza, proponiendo nuevas leyes basadas en sus personajes ficticios. Sería una gran herramienta para aquellos políticos más serios que viven en su mundo burbujeante y beige.

A medida que nos adentramos en esta tradición peculiar, notamos que era también un acto comunitario. Era un espectáculo para la familia, donde el humor sano prevalecía sobre el cinismo. Hasta los liberales encontrarían este tipo de bromas repentinas algo "controversial", y tampoco faltarían quienes quisieran "cancelar" el juego por no adecuarse a sus estándares ultra sensoriales.

La esencia de este juego es sencilla y, a la vez, profundamente significativa. La corte española, al abrir sus puertas a tan singular espectáculo, fomentaba no solo la cohesión entre los suyos, sino que también marcaba un claro equilibro del poder social. Los actores, disfrazándose de personajes como "el panadero", "la lavandera" o "el juglar", revalorizaban profesiones comunes, abriendo un diálogo —sutil y sorprendente— entre las diferentes capas de la sociedad.

Hoy en día, muchos podrían entender el "Juego de los Oficios de la Corte" como una metáfora de nuestra vida cotidiana, donde todos nos encontramos representando algún papel para encajar en la sociedad. Solo que ahora las normas que regulan esta representación son más etéreas y, a menudo, más absurdas. Ya quisiéramos todos tener el inigualable brillo que irradiaba la corte española con su capacidad para reírse, conservar la tradición y, sin embargo, ser testigos de un férreo control social.

Por lo demás, es evidente que al observar la vida de cortes hace siglos, aprendemos, nos asombramos y, a veces, nos entretenemos con el pasado. La magia de este tipo de relatos es que invitan a una reflexión interna y a un debate auténtico sobre la relevancia de ciertas tradiciones. Admitámoslo: un poco de humor corrosivo interviene en la más sólida estructura social. Puede que no sea siempre el estilo políticamente correcto que tantos persiguen hoy, pero tal vez fue, y todavía es, un poderoso mecanismo para entender y desmantelar nuestros propios roles sociales.