John Augur Holabird es uno de esos personajes que, a pesar de ser un gigante en su campo, permanece sorprendentemente fuera del radar. ¿Por qué? Porque su legado es un firme recordatorio de una era de logros y grandeza arquitectónica que no se doblegaba ante las cambiantes modas progresistas de hoy. Holabird nació el 4 de mayo de 1886 en Evanston, Illinois, y definitivamente no necesitó una cátedra universitaria en 'sensibilidad climática' para dejar su huella como arquitecto. Junto con su socio John Wellborn Root Jr., lideró la firma Holabird & Root, influyendo en el paisaje urbano de Chicago en el auge del siglo XX.
Holabird se educó en West Point, lo que ya marca un carácter fuerte y disciplinado que no es tan común en las aulas donde el debate sobre los 'sentimientos' parece más importante que los resultados concretos. Sin embargo, Holabird no se convirtió en un militar de carrera; su pasión lo condujo al mundo de la arquitectura, donde creó obras maestras funcionales y duraderas que transformaron nuestras urbes en verdaderas estampas de progreso - nada de esas incoherencias modernas que quiérase omitir.
Uno de los logros que más enfurecería a los fanáticos de lo efímero es el Chicago Board of Trade Building, cuya imponente estructura art déco es un testamento de la disposición de Holabird para entrelazar la tradición con un sentido de futuro. Fue aquí donde la funcionalidad y la estética no se dieron la espalda, algo que los arquitectos progresistas actuales parecen olvidar en su afán de 'deconstruir' lo ya construido.
Hablemos claro: el Chicago Tribune Tower se alza, no solo como edificio, sino como emblema del siglo XX, un periodo donde Norteamérica alcanzó logros que ahora parecen ser blanca de críticas más que de celebraciones. Holabird y su equipo literalmente colocaron las bases sobre las cuales se formó la identidad arquitectónica de Estados Unidos. Él entendía que un edificio debía hablar el lenguaje del lugar donde estaba, un concepto perdido para los arquitectos que diseñan 'cajas de cristal universales' en su empeño de ser globalistas.
El Northwestern Memorial Hospital, aunque menos mencionado en bocados retóricos, es otra joya que emerge del legado de Holabird. Aquí se mantuvo fiel a su visión de crear espacios que sirvieran no solo como muros de contención de enfermos, sino como espacios de cura en un sentido amplio y sin pretensiones.
Contrario al amor por lo transitorio de cierta corriente actual, los trabajos de Holabird testifican una estabilidad que aún hoy perdura. Enfocándose en definiciones claras y muros sólidos, sus creaciones sirven como una bofetada a la frágil decoración y las modas de lo provisoriamente ecológico.
Más allá de su obra física, la importancia de John Augur Holabird reside también en su legado influyente y nutritivo para generaciones futuras, un testamento que los críticos 'sofisticados' de la arquitectura ignoran mediante miradas cortas. Quizás es porque su enfoque en diseños útiles y perdurables tóquenles un punto neurálgico: ese incómodo recuerdo de que no todo tiene que desmoronarse en el intento de ser innovador.
Hoy, en la era de las polémicas sobre 'cuotas constructivas' y 'espacios inclusivos', la obra de Holabird grita gloria a una época que no buscaba excusas ni se prostituía a ídolos del cambio por el cambio. Eso es exactamente lo que hace eco, forzando a las generaciones a reflexionar sobre el verdadero significado del bien común, algo que parece ya no estar de moda.
Queda a decisión de los espíritus críticos de la actualidad sentarse a revaluar un legado que, guste o no, aún se erige con la misma majestuosidad y determinación que ha sido la envidia de muchas mentes menos pragmáticas. Holabird permanece, y eso causa más escozor de lo que los iniciados en la deconstrucción cultural quieren admitir.